Claudia Sheinbaum y la 4T no aceptan que en este país haya ciudadanos libres, pensantes y críticos; hombres y mujeres que rechacen al régimen, que cuestionen a la presidenta y a su mentor López Obrador; que señalen el fracaso del modelo de seguridad, la corrupción desbordada y el deterioro institucional que ha carcomido los sistemas de salud, educación y productividad.
Para ellos, toda manifestación de inconformidad no parte del hartazgo social, sino de la manipulación “de la derecha, los conservadores y los neoliberales”. Así lo dictan sus manuales ideológicos: negar el fracaso, repartir culpas, acusar al adversario y repetir el libreto.
Cuando los productores del campo exigen precios justos, el gobierno no los escucha como ciudadanos, sino como enemigos disfrazados de campesinos. No los ve como parte de una política de Estado que debería garantizar la soberanía alimentaria, sino como “ricos” a los que no hay que apoyar. Es la estupidez ideológica que nubla la visión del desarrollo y del bienestar social.
El manual de la 4T —ya desmentido por la realidad y por el enojo ciudadano— ha sustituido durante años la falta de resultados y de responsabilidad en la conducción del gobierno. Lo mismo ocurrió con la pesca: destruyeron la industria bajo la idea de que no había que subsidiar a los dueños de barcos porque eran “patrones”. Les quitaron el diésel, los créditos y la posibilidad de sostener empleo. A cambio, ofrecieron siete mil pesos al año a los pescadores. Hoy ese dinero no alcanza ni para sobrevivir un mes, mientras la flota pesquera está desmantelada y las empacadoras en ruinas.
Así operan los regímenes mesiánicos: dicen luchar por los pobres, pero terminan multiplicándolos. Son caudillos que confunden justicia social con limosna, y política pública con control ideológico.
Por eso Sheinbaum carece de empatía ante las madres de niños con cáncer y ante las madres con hijos desaparecidos. No cree en su dolor: lo atribuye a intereses políticos. Lo mismo hizo con los jóvenes y ciudadanos de Michoacán que protestaron por el asesinato del alcalde Carlos Manzo. Los llamó “carroñeros” , al igual que a los medios, y amenazó con rastrear sus redes sociales, olvidando que aquello que ella llamó “represión” en los años setenta, hoy lo reproduce desde el poder.
La sociedad de Uruapan le respondió con dignidad: desde la calle la gente habló más fuerte y desmintió el discurso de la descalificación. Le recordaron que un jefe de Estado no puede esconder la irresponsabilidad detrás de la ideología.
Han pasado siete años y el gobierno de la 4T sigue culpando al pasado de todo lo que ocurre en el presente. Ni Andrés Manuel ni Claudia aceptan su responsabilidad ante la corrupción, la violencia y el colapso institucional. Se presentan como víctimas, cuando son los principales responsables de la ruina que hoy vive el país.
En cualquier democracia madura, la crítica es natural; incluso necesaria. Pero en México, quien se atreve a cuestionar al régimen se convierte en enemigo. En siete años, la corrupción y la inseguridad no solo no disminuyeron: se multiplicaron. Y frente a esa realidad, su respuesta es la misma de siempre: Calderón, Peña, los conservadores, los neoliberales. Bla, bla, bla.. El disco está rayado. El pueblo cansado.
Y los fanáticos atolondrados. Pero sin duda, cada vez serán menos.
Hoy, millones de mexicanos que alguna vez creyeron en la 4T están arrepentidos. No porque se hayan vuelto “de derecha”, sino porque se cansaron de los dogmas y de las mentiras. Porque querían un cambio, y lo que recibieron fue más de lo mismo, pero envuelto en el sermón de la cartilla moral inventada por el mesías tropical, y retomada al pie de la letra por Sheinbaum, su alumna consentida.
Sin embargo, apenas ha pasado un año del actual gobierno, y ya empieza a emerger entre millones de ciudadanos, sin miedo, sin rodeos, con dignidad, el ¡YA BASTA!
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