Describir los matices de la personalidad de Luis Enrique Ramírez Ramos, no es cosa fácil ni sencilla, incluso para la gente más cercana del que fuera reducido su círculo de amistades.
Es que el camarada era de una personalidad para muchos indescifrable, por lo que se hacía necesaria una prudente cautela al momento de entablar una conversación o abordar un tema relacionado con su profesión o su vida personal.
Yo no me considero, porque nunca lo fui, parte del estrecho círculo de afectos de nuestro colega, sin embargo, por la convivencia y momentos compartidos me atrevería a esbozar parte de la personalidad que en él pude observar.
Era, desde mi óptica muy particular, un hombre frágil en apariencia, pero fuerte y hasta agresivo en su esencia.
Podía ser engañoso y frustrante para quienes pudieran pensar que las carcajadas y expresiones que se le observaban frente a sus amigos de confianza, tendrían que ser las mismas frente a otros actores de la vida social y política.
Y es que Luis Enrique, si bien no era un tipo simpático, tampoco era un sangrón, como se identifica a las personas carentes de carisma frente a las personas.
Su serenidad y mesura, despistaba entonces a la gente, y orillaba a algunos a hacer sus propias conjeturas, respeto a esa inexpugnable personalidad.
Lo que, es inobjetable, es que el periodista asesinado la madrugada del pasado jueves 5 de mayo, era pausado en su hablar y caminar, pero ágil de mente, y muy activo al momento de actuar.
Sensible ante sus amigos, y humanista con los seres endebles que ocuparon de su mano, pero desprovisto de esas bondades frente a los individuos que consideraba alejados de sus ideales y los estándares de conducta social, ajenas a la suya.
Su pluma y letras eran casi letales para los políticos insensibles, irresponsables y corruptos, pero dulces, apacibles y hasta románticas para el sector de sus simpatías.
Ramírez Ramos no era un periodista invadido por el odio ni el rencor, porque sabía olvidar y perdonar, y quizá su error fue pensar que todos somos iguales.
Y aunque era de un tierno corazón, tampoco se le podía enamorar con falsas palabras de cariño y admiración que tanto pregonan los aduladores.
Era demasiado sensible, astuto e inteligente para identificar a quienes lo buscaban para hacer uso, y sacar provecho político de las palabras que como balas escupían sus plumas.
Todo eso y algo más era el periodista Luis Enrique Ramírez, el mismo que apenas el jueves por la madrugada, físicamente dejó de pertenecer a éste plano terrenal.
Manos criminales, insensatas e irresponsables se encargaron de arrebatarle la vida, dejando regado y maltratado su cuerpo en un agreste terreno de la ciudad de Culiacán, la capital de nuestro querido Estado de Sinaloa.
La terrible noticia había recorrido en pocos minutos todas las redacciones de prensa escrita, de radio, televisión y portales diversos de internet.
Mataron a Luis Enrique Ramírez, era la frase que rebotaba de boca en boca entre los miembros del gremio periodístico, y de inmediato replicada en todas las redes sociales.
Creo que muchos, entre ellos, quien esto escribe, nos negamos a creer en la versión, máxime cuando se dejó sentir la información de que el cuerpo no estaba debidamente identificado.
Y es que, por desgracia, el hallazgo de un cuerpo embolsado, torturado y sin vida en un paraje de una desolada y alejada colonia de nuestra ciudad capital, no es cosa novedosa en estos tiempos en que los depredadores humanos nos acechan día y noche por todos los rincones del Estado.
Pero, pronto la realidad del crimen se conformó, dejando una estela de incredulidad, preocupación y dolor entre los que formamos parte del gremio.
Es en esos momentos cuando los recuerdos empezaron a fluir y se escurrieron cuales gotas de sudor por mi mente, dando vida a los pasajes de convivencia compartidos con el personaje que hoy nos deja.
Recordé entonces una charla que a través de una llamada telefónica sostuve hace ya algunos años con Luis Enrique, quien cabe destacar, estaba regresando a Culiacán luego de haber sido acogido por una asociación civil para la protección de los periodistas en riesgo.
Saludos, palabras, bromas y carcajadas resonaron esa mañana a través de las ondas satelitales emanadas de nuestros respectivos celulares.
“Fíjate amigo, te diré algo, que me caes bien, y me gusta escucharte en la mesa de análisis, pero más me atrae leer tus columnas, plegadas de un humor que retrata tu personalidad, me dijo entre otras cosas durante la tertulia el hoy asesinado colega.
Amigo, le respondí, yo soy Inmerecedor del elogio de un periodista de tu nivel, pero como ando ávido de una motivación, de manera vanidosa me quedo con tus palabras y las guardaré siempre en mi mente.
Y agregué; “No todos los días un verdadero “Divo” del periodismo le regala un piropo a un eterno aprendiz de la escritura y redacción, como es mi caso.
Y así entre risas y chascarrillo, le comuniqué el motivo de mi mañanera llamada.
Le dije, que era yo portavoz de mi amigo, el reconocido periodista de radio Víctor Torres, quien deseaba una reunión de amigos para tratar un tema de tipo periodístico.
La agilidad mental y suspicacia de Luis Enrique, lo llevó a responderme en el acto y con la caballerosidad que siempre lo distinguió.
“Mira amigo, te diré que de manera personal le tengo un gran aprecio y mucho respeto a Víctor Torres, a quien considero un profesional del periodismo.
“Claro que acepto con gusto la invitación, pero por favor dime la razón de la invitación”, quiso saber.
“Amigo, Víctor te quiere invitar a formar parte de la mesa de análisis en el noticiero de Radio fórmula Culiacán”, le solté a raja tabla.
Luis Enrique, quien al siguiente día ya habría dialogado y aceptado la invitación de Víctor Torres, le dijo en esa primera plática.
“Es un honor y sería un enorme gusto estar contigo ahí en la mesa de Radio Fórmula, aunque te diré, que mi experiencia en radio no es muy grande”, expresó con tono de humildad el hoy extinto comunicador.
Estimado Luis Enrique, tu eres grande en el foro que te pares, y sin duda tu presencia le dará un enorme realce, importancia y gran relevancia a la mesa, le respondió Víctor Torres con su también reconocida diplomacia.
Y en efecto, así ocurrió, la voz del hoy malogrado periodista, atrajo por algunos meses la atención de una mayor audiencia para la mesa del noticiero.
Pero, su inquieto y aventurero espíritu lo hizo entender que su agitada dinámica profesional le robaba tiempo a los reclamos y necesidades de su vida personal.
Y así, cual golondrina veraniega, un día de tantos, con la amabilidad y diligencia que lo distinguieron siempre, tal y como llegó, Luis Enrique nos dijo adiós.
Un adiós que en aquellos días no era definitivo, como tampoco lo debe ser, su trágica e inesperada despedida de éste jueves 5 de mayo.
Y es que, soy un convencido que Luis Enrique Ramírez no ha muerto; Sus letras, sus palabras, sus grandes crónicas, las historias y columnas plasmadas en los periódicos, libros y revistas se quedan impresas por siempre y no pueden ni deben morir.
El periodista y escritor no ha sido asesinado; Su intelecto y su espíritu son intocables e inmaculados; Son inmortales.
Los asesinos solo masacraron y mancillaron la carne de su cuerpo, pero nunca podrán hacerlo con su legado.
Los criminales solo le pusieron una pausa a su pluma; Le otorgaron un receso al teclado de su computadora… Un descanso a su intelecto, y le ofrendaron sin saberlo, un sitial en el infinito del universo a su gran talento e inspiración… Descansa en paz, Luis Enrique amigo.
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