La declaración de Rubén Rocha Moya, esa que nadie le pidió, nadie esperaba y nadie imaginó que pronunciara tan suelto de verbo, confirma lo que era un secreto a voces: Andrés Manuel López Obrador impuso candidato en Sinaloa. No hubo democracia interna, no hubo encuestas reales, no hubo procedimientos formales. Hubo dedazo. El viejo dedazo de siempre, solo que con nueva marca y retórica moralizante.
Que Rocha reconozca que Luis Guillermo Benítez Torres, entonces alcalde de Mazatlán, ganó la encuesta, es más que un detalle anecdótico: es la aceptación pública de que la voluntad del presidente estuvo por encima de la voluntad de la militancia. Y que, al estilo del viejo PRI, ese que antes condenaban y que supuestamente venían a enterrar, el candidato fue elegido no por los sinaloenses, ni por los morenistas, sino por un solo hombre desde el epicentro del poder.
Sin duda, esta confesión desnuda la realidad que críticos y opositores han señalado por años: Morena no es un partido democrático, sino una estructura vertical de obediencia en la que la palabra del presidente sustituye a cualquier proceso.
La idea del “movimiento” como una fuerza ciudadana se diluye cuando se admite que la candidatura más importante de Sinaloa fue asignada desde Palacio Nacional. Es el viejo modelo presidencialista, reciclado y maquillado, operando bajo un discurso de “transformación” a favor del “pueblo”
La frase insignia de Morena, no mentir, no robar, no traicionar, queda pulverizada. Si Benítez ganó la encuesta y aun así fue desplazado, entonces
mintieron a la militancia al decirle que las encuestas decidirían. Robaron el resultado, sustituyendo el veredicto interno por el capricho presidencial y traicionaron a quienes creyeron en un movimiento distinto.
La confesión de Rocha no solo exhibe un episodio personal: desnuda un patrón nacional. Si eso ocurrió en Sinaloa, ¿por qué habría sido distinto en las demás entidades? La lógica de designación vertical se vuelve evidente: las encuestas fueron mascarada, no instrumento democrático.
Rocha no solo confirma el dedazo; confirma que el régimen opera bajo la misma lógica de control absoluto que criticó durante décadas. Con una diferencia central: el viejo PRI nunca presumió de superioridad moral, Morena sí, y ahí radica la hipocresía que hoy lo caracteriza.
Porque cuando un gobierno se autoproclama ético, incorruptible, justo y democrático, pero al mismo tiempo opera mediante imposiciones, opacidad y simulación, entonces se instala un modelo mucho más peligroso: el autoritarismo legitimado por “principios”, violentados al mismo tiempo con descaro y cinismo.
Rocha abrió una caja de la que todo mundo imaginaba qué había en su interior. Y si alguien pretende enmendarle la plana diciendo que se trata de una “jugada estratégica”, solo hay que recordarle que reconoció algo más grave: Que la militancia no decide, que la voluntad local no importa y que el proyecto de país de la 4T está subordinado al jefe político supremo.
Y si eso es así, entonces Morena dejó de ser un partido para convertirse en una maquinaria de control político, donde la democracia interna es un estorbo y la voluntad presidencial es la única ley que se impone sobre estatutos, principios, la dignidad y la esperanza de millones de militantes y ciudadanos.
Todas mis columnas en: https://altoparlante.com.mx/chispazo/.

