Después de cinco años de pesquisas, peritajes, audiencias, acusaciones mutuas, huachicoles jurídicos, cochupos y mayoriteos, el INE decidió cerrar el caso contra Pío López Obrador. ¿La razón? “No hay pruebas suficientes”.
Ah, bueno. Por ahí hubiesen empezado. Susto que le pegan a uno. Así ya nos quedamos tranquilos: los sobres amarillos eran entonces una ilusión óptica, diseñados por Víctor Vasarely; un truco de edición hecho con inteligencia artificial o, quizá, una manifestación mariana del Santo Patrón de la 4T: YSQ.
¿Qué fue lo que paso? El país entero vio el video; la raza escuchó las risitas nerviosas; los más detallistas contaron, como maquinitas de banco, uno a uno los billetes doblados… Pero el INE, con lupa opaca en mano, determinó que esos sobres no parecían sobres y que eran tan etéreos como el chupacabras, aquél fantasma que le sirvió de cortina de humo a Salinas de Gortari, para distraer a la gente de los problemas sociales y económicos provocados por su régimen.
Pero ya sabemos, en México no se castiga: se archiva.
No se sanciona: se exonera.
Y no se busca la verdad: se inventa que “no hay pruebas” y, sin rubor alguno, los responsables de aplicar la ley, se envuelven en la bandera de la institucionalidad para ofrecer el dictamen. Es más, la solemnidad de un mago para desaparecer un conejo, se queda chiquita.
Y es que en este país, si el SAT te agarra con un kilo de tortillas sin el ticket de compra, te audita; pero si te ven recibiendo sobres amarillos con sendos fajos de billetes, sobre todo si eres el hermano del presidente, no solo se ponen a la orden sino que te adelantan la sentencia: “tranquilo jefe, no se puede comprobar nada”.
Mientras tanto, la oposición grita que esto es impunidad a la carta. Si, la misma impunidad de aquellos tiempos que no por ello debe repetirse, porque los que hoy mandan juran y perjuran que “no somos iguales”. Alguien les contesto: Son peores. Se reitera, estamos en México y aquí la ley es como el chile en nogada: cada quien lo rellena como quiere.
A unos se les acusa, se les descalifica, se les enjuicia, porque para el poder autoritario la presunción de inocencia no existe tratándose de adversarios, y sí en cambio para los correligionarios, a quienes se les purifica, se les exonera y se les cierra el expediente como si nada hubiese pasado. De acusados pasan a acusadores, de victimarios a víctimas. Y hasta demandan. Es la divisa del centralismo sin contrapesos, capaz de controlar todo desde Palenque. “El Estado sigo siendo yo”. Si, porque ante Pío las instituciones correspondientes ni pio hicieron.
Lo mejor del caso es que Pío no solo fue exonerado, sino que además demandó a Carlos Loret de Mola por difamación. O sea, la justicia no encontró pruebas contra él, pero sí encontró motivos para que se ofendiera. Es como si a un jugador lo cachan con la mano en la bola y todavía exige que le pidan disculpas por “desconfiar de su honestidad valiente”.
El caso se cerró, el INE ni se sonrojó, Pío suspiró y Morena sonrió. Los sobres amarillos, esos que todo mundo vio, resultó ser uno de los mejores actos de prestidigitación de la 4T, avalado por magistrados y consejeros que, alucinados por sus propios intereses, vieron otra cosa, no folders de billetes hoy llenos de nada.
Lo que ahora observamos en este país, reafirma la vieja máxima mexicana: la corrupción no se castiga, se recicla y se protege. Casos hay muchos.
Todas mis columnas en: https://altoparlante.com.mx/chispazo/.