La Generación Z vuelve a citarse en las calles este 20 de noviembre, en el caso de la CDMX en el mismo lugar , a la 11 am. Y claro, al régimen le arde. Le arde porque los muchachos no pidieron permiso, no consultaron a ningún padrino político ni se cuadraron frente al púlpito presidencial. Le arde porque los jóvenes desordenan la narrativa donde todo lo incómodo, todo lo crítico, todo lo que exige cuentas, tiene que venir —por decreto— de “la derecha”, de los “neoliberales”, de los “conservadores”. Qué flojera.
Pero estos muchachos no compran culpas ajenas. No se tragaron la historia oficial de que la inconformidad está “financiada” por quién sabe quién. No. Ellos miran la realidad cruda porque ellos también la han experimentado en carne propia: narcotráfico, asesinatos, desapariciones, extorsión, corrupción, un país donde ser joven ya es un acto de fe porque no se trata de que les regalen dinero a nombre de un partido, se trata de que su futuro no se cierre porque esta generación ni siquiera tendrá pensiones. Y si después de la marcha del 15 se vuelven a organizar para el 20, no es porque les guste andar de revoltosos o ser manipulados, como trata de denostarlos la presidente, sino porque el hartazgo, como expresó un joven, “nos rebasa el algoritmo”.
Lo curioso es ver a la presidente Claudia Sheinbaum, esa que dice gobernar sin miedo, temer más a una marcha de chavos que al crimen organizado que desangra al país. Les advierte, les investiga, les infama. ¿Por qué? Porque estas movilizaciones le rompen el encanto al relato oficial: ese que dice que todo está mejor, que todo va viento en popa, que la seguridad es otra, que la indignación es un invento de los adversarios. Qué paradoja, ella que luchó como joven contra el estabishment y ahora descalifica a los jóvenes como manipulados por la “derecha internacional”. ¿Recordará acaso cuando en sus tiempos de lucha juvenil el régimen los acusaba de estar manipulados por la “internacional comunista?
Y mientras tanto, los jóvenes salen. Con o sin permiso. Con miedo, pero salen. Porque alguien tiene que recordarle al poder que la calle no es propiedad privada, que la protesta no se rinde, que el país no cabe en una mañanera.
Este 20 de noviembre no sabremos si la marcha será masiva o modesta. Lo que sí sabemos es que ya rompió el cerco del miedo y eso, justamente, es lo que más mortifica al régimen.
La generación que decían indiferente está tocando la puerta. Y no viene a pedir favores: viene a cobrar cuentas. Ya lo hicieron en varios países, donde los autócratas se creían invencibles.
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