Chispazo

Cambiar para no cambiar

Cambios en el gabinete del doctor Rubén Rocha. ¿Cambios? Más bien, acomodos de sillas en un escenario vacío. El telón baja y sube, pero los actores siguen siendo los mismos: conocidos, parientes, amigos, ahijados, recomendados y, en este caso, piezas menores que, con todo respeto, ni siquiera son ciudadanos con credenciales de peso. La excepción es Armando Camacho Aguilar, más conocido como “El Iguano”, exalcalde de Guamúchil, y hasta ahí. El resto puro cartucho de medio calibre.

¿A qué juega el gobernador? ¿Por qué ese empeño del Ejecutivo de gobernar con puros allegados, como si Sinaloa fuera un club donde se brinda con rondas de confianza pero nunca con proyectos de futuro? En lugar de abrir la puerta a profesionistas, líderes sociales, artistas, deportistas, investigadores, intelectuales, empresarios con trayectoria o funcionarios de carrera que sepan hacer más con menos, se elige lo seguro: leales que firmen sin oponerse. ¿De qué se trata? ¿De cambiar para no cambiar?

El resultado es un gobierno que se mira cansado, pasmado, sin imaginación. Un edificio estatal que se siente vacío, donde —como confiesa un veterano trabajador— “nunca había visto tan solo este edificio”. Oficinas donde los empleados se miran unos a otros, esperando órdenes que nunca llegan, porque las propuestas deben pasar por manos invisibles que deciden solo lo que conviene a sus intereses.

Los recursos no alcanzan. La federación reparte a cuentagotas y el estado se dedica a administrar miserias, obligando a los municipios a mendigar pequeñas obras como si fueran favores personales. Y ni hablar de los municipios pobres, esos que no tienen ni para caerse muertos: ahí no va el señor gobernador con la frecuencia que se requiere, porque ¿a qué? Donde no hay dinero ni imaginación, no florece ni un tope; vaya, ni una banqueta para no vernos tan pichicatos.

El gobernador lo sabe. Lo reconoce hasta con frases de bronce, de esas que pintan de cuerpo entero: “No escuché lo que dijo el Señor Presidente. Pero si él lo dijo, yo lo apoyo. Y le reiteró públicamente a López Obrador: “Yo soy chairo del presidente”. Palabras que huelen al viejo PRI: “Lo que usted mande, señor Presidente”. Y esa sumisión se replica como eco en alcaldes y funcionarios: “Lo que usted mande, señor Gobernador”… aunque en la caja no quede ni para los clips.

Sinaloa no necesita un coro de obedientes, sino un gabinete que sueñe, que arriesgue, que imagine. Pero si los nuevos llegan solo a calentar la silla, el sexenio ya está escrito: dos años más de lo mismo, con un gobierno que prometió ser el mejor de todos los tiempos y hasta el infinito.

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Felipe Guerrero Bojórquez

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