“Rendirse ante la adversidad es mostrarse de su parte”, Diego de Saavedra Fajardo
DESAIRE
Estamos a nueve días de que concluyan unas campañas desangeladas, que no lograron prender ni dar el plus que se espera en una renovación de la Presidencia de la República.
A lo largo y ancho del país, y Sinaloa no es la excepción, el entusiasmo y la energía que deberían caracterizar este proceso electoral brillan por su ausencia.
La apatía y la desmotivación son evidentes tanto entre los candidatos como en el electorado, pintando un panorama gris para el futuro inmediato de nuestra democracia.
En Sinaloa, la situación es un espejo del desinterés nacional. Las campañas locales, al igual que las federales, han carecido de propuestas frescas y de una conexión real con las necesidades y aspiraciones de la ciudadanía.
Los morenistas, confiados en la marea de apoyo que han recibido en años anteriores, auguran un triunfo contundente en todos los puestos de elección popular que están en juego.
Sin embargo, esta confianza parece estar más fundamentada en la debilidad de la oposición y en la falta de competencia efectiva, que en un verdadero entusiasmo popular.
Una campaña electoral efectiva debe motivar, inspirar y movilizar al electorado.
Debe presentar ideas innovadoras, soluciones concretas a problemas apremiantes y, sobre todo, debe crear una narrativa que haga sentir a los votantes que su participación es crucial para el futuro del país.
Lamentablemente, ninguna de estas características ha estado presente en las campañas actuales.
Lo que hemos visto en cambio son discursos vacíos, promesas recicladas y una desconexión alarmante entre los candidatos y la realidad cotidiana de los ciudadanos.
La falta de propuestas claras y viables ha dejado un vacío en el debate público.
En lugar de discusiones sustantivas sobre economía, seguridad, educación y salud, hemos presenciado un intercambio estéril de acusaciones y descalificaciones personales.
Este ambiente de confrontación y negatividad no solo desanima a los votantes, sino que también erosiona la confianza en el proceso democrático.
Con esta desmotivación generalizada, se espera un alto nivel de abstencionismo tanto a nivel nacional como en Sinaloa.
La participación electoral es fundamental para la legitimidad de cualquier gobierno, y un bajo índice de votación podría resultar en un mandato débil y cuestionado desde su inicio.
Los ciudadanos, sintiéndose desilusionados y desencantados, pueden optar por quedarse en casa en lugar de ejercer su derecho al voto, perpetuando un ciclo de apatía y desinterés que es peligroso para la salud democrática del país.
Este escenario debería llevarnos a una reflexión profunda sobre el estado de nuestra política y nuestras elecciones.
Es imperativo que los partidos y los candidatos reconozcan la necesidad de cambiar su enfoque, de escuchar verdaderamente a la gente y de presentar visiones y planes que resuenen con las preocupaciones y los sueños de los ciudadanos.
Sin una reestructuración de cómo se llevan a cabo las campañas y sin un esfuerzo genuino por reconectar con el electorado, la desafección y el abstencionismo seguirán siendo una constante en nuestro panorama político.
Estamos frente a una oportunidad perdida para revitalizar nuestra democracia. Las campañas desangeladas que hemos presenciado no solo han fallado en inspirar, sino que también han sembrado las semillas del desinterés y la apatía.
Es hora de que todos los actores políticos tomen conciencia de esta realidad y trabajen para devolverle a la política su sentido de propósito y su capacidad de transformar vidas.
Solo así podremos esperar un futuro donde la participación ciudadana sea robusta y donde los procesos electorales reflejen verdaderamente la voluntad del pueblo.
FRÍO DEBATE
El tercer debate presidencial rumbo a las elecciones de 2024 ofreció un espectáculo predecible de críticas mutuas y promesas ambiciosas.
Los candidatos Claudia Sheinbaum, Xóchitl Gálvez y Jorge Álvarez Máynez se enfrentaron con la intención de convencer a un electorado cada vez más apático, reflejo de unas campañas que, en general, han carecido de la energía y el compromiso necesarios para inspirar participación.
El debate, organizado por el Instituto Nacional Electoral (INE) el 19 de mayo, giró en torno a la política social, un tema crucial para un país con profundas desigualdades. Sheinbaum, candidata de la coalición Sigamos Haciendo Historia, se apoyó en los “resultados” de la administración morenista, destacando los aumentos al salario mínimo y prometiendo más profesionales de salud y medicamentos para todos.
Sin embargo, su discurso no estuvo exento de referencias al pasado doloroso del PRI, buscando establecer una línea de continuidad entre las luchas históricas y su proyecto político actual.
Por su parte, Xóchitl Gálvez, de la coalición Fuerza y Corazón por México, centró su mensaje en una defensa apasionada de la vida, la libertad y la democracia, criticando duramente a Morena y subrayando la necesidad de un sistema de salud accesible para todos.
Gálvez también tocó un punto sensible: la educación como herramienta de progreso, prometiendo un país sin miedo al éxito.
Jorge Álvarez Máynez, candidato de Movimiento Ciudadano, se desmarcó de lo que llamó la “vieja política” de Morena y el PRIAN, proponiendo un salario mínimo de 10 mil pesos mensuales y dos días de descanso a la semana.
Su propuesta se presentó como una evolución necesaria de los programas sociales actuales, sugiriendo un enfoque más moderno y progresista.
A pesar de los esfuerzos de los candidatos por destacar sus propuestas, el debate se caracterizó por una atmósfera de confrontación y críticas que, aunque esperadas, no lograron encender el entusiasmo del público.
La declaración de Sheinbaum sugiriendo un debate limpio y sin calumnias contrastó con la realidad de un intercambio marcado por ataques personales y acusaciones cruzadas.
Este escenario de críticas y propuestas poco inspiradoras se desarrolla en un contexto de campañas desangeladas que no han logrado motivar al electorado. Con solo nueve días restantes para las elecciones, el riesgo de un alto abstencionismo es palpable.
La falta de campañas vibrantes y conectadas con las preocupaciones de los ciudadanos puede resultar en una participación mínima, lo cual es alarmante para la legitimidad del proceso democrático.
Es crucial que los candidatos y sus equipos reflexionen sobre el impacto de sus estrategias y discursos.
La democracia no solo se fortalece con la competencia electoral, sino también con la participación activa y entusiasta de los ciudadanos.
Sin un cambio de enfoque hacia campañas más inclusivas y energizantes, el desinterés y la apatía seguirán siendo los mayores obstáculos para el progreso político en México.
En conclusión, el tercer debate presidencial dejó claro que, aunque las propuestas son importantes, la forma en que se comunican y conectan con la gente es igualmente vital.
Los candidatos tienen poco tiempo para ajustar sus tácticas y tratar de revivir un proceso electoral que hasta ahora ha sido más una rutina tediosa que una celebración de la democracia.
El 2 de junio, México necesita algo más que promesas: necesita una razón para creer y participar.
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