Llamado José Noriel Portillo y apodado “El Chueco,” asesinó a sangre fría a dos sacerdotes Jesuitas y un guía de turistas.
Dentro de la iglesia en Cerocahui, del municipio de Urique, en la sierra tarahumara del Estado de Chihuahua.
Por el mero gusto de ver correr la sangre, con balazos y no abrazos, fue como consumó la sacrílega acción este individuo al que se dice comanda un grupo de sicarios del cartel de Sinaloa.
Dijo en su mañanera Andrés Manuel, que en esos lugares abundan elementos de la delincuencia organizada y que se les tiene debidamente detectados.
¿Y para qué sirve el gobierno?
Para nada, es mi respuesta.
El chueco persiguió al guía de turistas al interior del templo y lo encontró tirado en el suelo y al padre jesuita dándole auxilio sacramental.
A los dos los roció de balas y los privó de la vida.
Otro de los sacerdotes, acudió de inmediato a ver lo que sucedía y fue acribillado sin piedad por este monstruo de la sierra.
Al chueco le vale madre lo que diga el presidente de México.
Es su territorio y asesina a los que le venga en gana.
Con lo de abrazos se carcajea y con sus rifles de alto poder se enseñorean de las regiones serranas.
No hay más ley que la del chueco José.
Le pelan los dientes los elementos del ejército, la marina y los integrantes de la Guardia Nacional.
Sus chicharrones son los que truenan.
Un tercer sacerdote se salvó de milagro y le suplicó al chueco para que no se llevara los cuerpos de sus hermanos asesinados.
Los sacerdotes jesuitas y el guía de turistas, fueron arrastrados y subidos a una camioneta y al momento de escribir no tengo idea si ya aparecieron los cadáveres.
Andrés Manuel frena a los miembros del ejército y la marina y ordena a los miembros de la Guardia nacional para que no toquen a los delincuentes.
Ellos podrían poner en cintura a esas bandas que aterrorizan a los pobladores de la sierra tarahumara.
Solo son autorizados a repartir abrazos y recibir balazos de la delincuencia organizada.
Es el país que nos toca vivir.
Un cobarde que cobra como presidente de México y la ciudadanía apanicada por lo que nos toca sufrir sin remedio.
Claro que nos da rabia sorda por lo que sucede.
Nuestras voces no son escuchadas en Palacio Nacional.
Son fundillones y nosotros cobardes.
Descansen en paz los sacerdotes Javier campos Morales y Y Joaquín César Mora. Esperemos que su asesinato no quede impune, como los más de 124 mil homicidios que se han cometido en el tiempo de la cuarta T.
Maldita sea mi suerte.
Hasta mañana.
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