(Segunda Parte)
“Si en la borrachera te ofendí, en la cruda me sales debiendo”
Si en los puntos más álgidos de la frivolidad foxiana, calderonista y peñista, ya el país acusaba ciertos rasgos de ser un Estado Fallido, a la llegada del “populismo anárquico” de López Obrador, los resultados rebasan los límites del Estado Fallido y hemos arribado ya, sin lugar a dudas, a la era del “Post Estado Fallido”.
Una auténtica distopía, tal y como se predijo desde este espacio periodístico hace más de dos años: Nada funciona en el Estado, a excepción del sistema de dispersión del dinero proveniente del erario, a los núcleos poblacionales donde ellos tienen ‘amarrado el voto’… fuera de eso, ni la legalidad dictada por la Constitución General de la República les impone respeto; por el contrario y para generar más encono, desacatan la ley deliberadamente funcionarios como Adán Augusto López Hernández, secretario de Gobernación, quien hace poco hizo gala de su desprecio por la legalidad y por el cargo que ostenta.
Declaró que no le importaba si por disposición de una amonestación reciente, validada por uno de los dos únicos tribunales constitucionales que hay en este país, como lo es el Tribunal Electoral (TEPJF), “a él lo corrían (lo despedían del cargo)”… que tan no le importaba, que ya muy pronto los diputados votarán y aprobarán reformas para desparecer al INE y al TEPJF“.
Pero, ¿qué es un Estado Fallido?
Un Estado fallido es aquel que no puede garantizar su propio funcionamiento o los servicios básicos a la población. Eso puede deberse a que ha perdido el monopolio de la fuerza, sufre un vacío de poder, legitimidad disputada o instituciones frágiles, o carece de capacidades y recursos para satisfacer las necesidades esenciales de sus ciudadanos, entre otras causas.
A lo que habría que sumar que hay nula capacitación de los cuerpos policiales y hay a la vez, un descuido a las labores de inteligencia para resguardo y prevención de cualquier ataque al territorio nacional y a la población civil.
No hay un plan para la seguridad interior.
Un país donde el nivel de confianza en la seguridad de sus ciudadanos lega a niveles desproporcionados o asombrosos, es muestra inequívoca de que algo no se hizo… o no se está haciendo bien.
Según el anterior concepto del Estado Fallido, en México hace mucho tiempo que nosotros vivimos encondiciones análogas, plenamente coincidentes.
Los mexicanos vivimos reprimidos por un sistema de leyes que no rigen la convivencia; vivimos encerrados y temerosos de la acción cobarde la delincuencia, organizada o no.
Vivimos temerosos de que nos llegue a pasar algo en un sitio de concurrencia pública, a nosotros o al resto de nuestros familiares.
Ya no salimos libremente a la calle ni ejercemos con libertad pleno el sagrado y libre derecho a transitar por cualquier rumbo de la geografía nacional.
La más reciente Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana, coordinada por INEGI, órgano desconcentrado de la administración pública federal, revela datos contundentes, que serán seguramente difundidos a través de los medios de información masivos:
La encuesta revela que, durante el segundo bimestre de este 2022, se advierten los siguientes puntos para el análisis:
- En junio de 2022, 67.4 % de la población de 18 años y más consideró inseguro vivir en su ciudad. Este porcentaje representa un aumento estadísticamente significativo con relación al porcentaje registrado en marzo de 2022, que fue de 66.2 por ciento.
- Durante junio de 2022, 72.9 % de las mujeres y 60.9 % de los hombres consideraron que es inseguro vivir en su ciudad.
- Las ciudades con mayor porcentaje de población que se siente insegura fueron: Fresnillo, Zacatecas, Ciudad Obregón, Irapuato, Cuautitlán Izcalli y Colima con 97.2, 90.4, 89.7, 89.7, 89.0 y 87.5 %, respectivamente.
Vivir así… o mejor sea dicho… Sobrevivir así, no es vivir… eso no es vida. Como en Fresnillo, Zacatecas, por ejemplo, con el 97.2% de la población en la inseguridad, es vivir “con el Jesús en la boca”, materialmente.
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