El nacionalismo en México ha vuelto a resurgir. El presidente Andrés Manuel López Obrador lo hizo saber, luego de haber firmado la transferencia de 13 plantas de energía propiedad de Iberdrola, empresa española con un valor de 6 mil millones de dólares, a la Comisión Federal de Electricidad (CFE).
A su vez, el Presidente se encamina a conmemorar el 104 Aniversario de la muerte Emiliano Zapata, con un “Nuevo Agrarismo”, basado en la reafirmación de la propiedad originaria de la Nación otorgada su dominio a las comunidades originarias y ejidales. Y finalmente, ¿a fines de sexenio resucita el nacionalismo mexicano?
La intención primordial del tabasqueño es fortalecer el embrión del nacionalismo mexicano en los tiempos presentes, que permitan a la 4T mantener el poder con respaldo legítimo y eficiencia de logros sociales de bienestar y seguridad. Son tiempos de balances y adioses. Aunque no todos los ciudadanos opinan de manera semejante, hay quienes piensan distinto al considerar que una operación de mercado carece de la fuerza compulsiva de la expropiación como acto supremo de Soberanía del Estado. Se trata de un acto mercantil, aseguran.
De cualquier manera, AMLO no privatiza los bienes de la nación, como sus predecesores. Si sus disposiciones carecen del vigor del pasado, no obstante van en ese sentido, porque lo importante es valorar el peso y dimensión del nacionalismo en tiempos reales. La percepción de un nacionalismo tenue o marginal, en buena medida se debe a que ha estado fuertemente vinculado con el interés nacional del desarrollo económico como expresión de bienestar continuo capaz de sostener una nación vigorosa ante amenazas del exterior.
Sin embargo, el nacionalismo no se reduce a alcanzar metas económicas únicamente. Una reflexión de mayor visión debe incluir las variables de las que se integra la nación, en especial las de orden del territorio y la población: recordar a Renan quien definía a la ración como el plebiscito cotidiano.
Por tanto, el principio de nacionalidad quedó ratificado con la definición de origen, tanto del territorio como de población (30 Constitucional). El poder reconstituyó la nación en la vía de la restitución de derechos originarios, cuya distorsión provenían de tres siglos anteriores: encomiendas, mayorazgos, latifundios, haciendas, etc.
El nuevo Estado nacional marcó su dominio en todos los órdenes de vida social; frente al mercado se le percibió como una intervención de Estado o un estatismo social, que mantuvo como aspiración de generar una igualdad equitativa social, un mejor comportamiento de la economía de mercado a favor del desarrollo económico. El Estado Social Revolucionario, sin embargo, no contó con los instrumentos funcionales para alcanzar sus logros, además de la distorsión de la naturaleza de una economía de mercado bajo la égida de acumulación concentrada del capital, bajo dominio imperial en el comercio internacional.
De tal modo el comportamiento de los logros de la economía fue variable, según la vinculación de la economía del mercado norteamericano, a partir del cual se mantuvo la dependencia, siendo favorecido en la post guerra con la compatibilidad de factores internos con el exterior en los momentos del desarrollo estabilizador orientado a la sustitución de importaciones.
El control de dominio político marcado por la Guerra Fría llevó a una relación binacional encapsulada por la tensión política en la política autoritaria del Departamento de Estado a través de la OEA y el Tratado de Río de Janeiro, con el predominio de regímenes duros en el continente para evitar el contagio de reformas sociales inspiradas en el nacionalismo mexicano. Las dictaduras del Caribe y Centro América fueron barridas por sus pueblos abriendo paso una nueva generación que enfrentó directamente la hegemonía imperial norteamericana como ocurrió con las revoluciones en Cuba, Nicaragua y Venezuela, posteriormente excluidos de la democracia electoral por pretender marginar el objetivo del desarrollo económico de mercado al quedar relegado por la intención de un ejercicio pleno de soberanía ante el exterior.
GOTITAS DE AGUA:
En tal razón la complejidad de interpretación del nacionalismo mexicano en la actualidad no es simple. Sin temor a equivocaciones, la nacionalidad mexicana atraviesa por un periodo de debilidad y contradicciones, al contrastar su aportación con la nacionalidad americana; ahí se altera el sentimiento de identidad rebasado por el pragmatismo de beneficio cuyo saldo casi siempre es a favor de la nacionalidad que brinda mayores ventajas.
A la vez el Presidente ha manifestado recomendar a los migrantes mexicanos en el país vecino que no voten por el Partido Republicano como represalia a discrepancias y fricciones con destacados miembros de dicha organización, se da excusas con ello a tomar represalias legales en su permanecía en el exterior.
México es país bisagra en el juego mundial de la migración. De 281 millones de personas, en el cual debe promover el papel que juegan países de iguales dimensiones en otras regiones como lo hacen Grecia y Turquía con la migración es un fenómeno mundial, no exclusivo del país, su esencia humanitaria, lo convierte en un asunto de hondas raíces sociales, no solo como un acoplamiento de los mercados laborales internacionales, menos aún admitir ser víctimas de la discriminación, racismo, o exclusión que sirvan de sembrar políticas de odio y rencor. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos Mañana”…
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