Pescando con la luz de la luna en El Maviri

Desde el puente, o en la playa, tirando la piola y con la lumbrada para quitarnos de encima a los moscos y que hubiera brasas por si algo se prendía en los anzuelos.

Siempre con botellas para calentarnos las tripas.

El mejor whisquie o un tequila de marca reconocida.

La hielera cargadita de cubitos y los vasos altos para preparar jaiboles.

Desde diez u once de la noche, hasta que amaneciera.

Nadie nos perturbaba, si alguien se acercaba, eran otros con las mismas intenciones de encontrarse con los pargos que no tenían cita para darnos gusto.

Noches inolvidables y muchas veces amorosas.

Se tenía que regresar a casa con los zapatos enlodados y los pantalones oliendo a mar.

En ocasiones, ni carnada poníamos en la mochila y tirábamos la piola como modo de matar la noche.

El ruido del viento y la olas, nos servían de arrullo para dormir tirados en la arena y jugando luchas con la plebona en turno.

Que tranquilidad para los noctámbulos de mi tiempo.

De cuando en cuando, en la lejanía, podíamos ver pasar embarcaciones con destinos a diferentes puntos de la península de Baja California sur.

Otros con rumbo al farallón para la pesca grande.

Los graznidos de las aves nocturnas atravesaban la luz de la luna y formaban un escenario fantasmagórico e impresionante.

Algunas veces nos atrevíamos a bañarnos a la luz de la esfera resplandeciente y gigantesca del satélite lunar.

No pensábamos en tiburones o mantarrayas, chapoteábamos hasta cansarnos y nos dejábamos caer sobre la playa para consumir nuestras deliciosas y embriagantes bebidas.

Nuestras ocasionales compañeras se sentían seguras con sus conquistas y jamás molestaban para retornar a la ciudad.

Hasta que el cuerpo aguante, era la consigna.

La luna nos cobijaba y nos sentíamos amorosos.

De pescadores a galanes y viceversa.

Tiempo era lo que sobraba y muchas ganas en las alforjas.

Cómo no pensar en ello.

Se fue la juventud y en mi mochila ya no se encuentran anzuelos y piolas de las que tantos recuerdos nos quedan.

Tristeza no hay.

A veces, la nostalgia nos invade y nos extraviamos con los pensamientos.

Gozo con sus figuras al evocarlas.

Nada como el Maviri y sus lunadas.

Ese lugar maravilloso ya no existe, ahora invadido de fincas restauranteras y sin la quietud de antaño.

Bendigo a mi tiempo de los pocos años y disfruto de la paz de los muchos que tengo.

Con la navidad tan cercana, me da por repasar las libretas que guardo celosamente en mi cabeza y sonrío para mis adentros.

Hasta mañana.

Todas mis columnas en: https://altoparlante.com.mx/fax-del-fax/.

 

J. Humberto Cossío R.

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