Me encabrona decir que soy rehén de la delincuencia organizada pero no puedo quitarme el yugo mental.
Pensé que Omar García Harfuch, con toda la fuerza que su protectora que cobra como presidente de México le ha dado, nos devolvería la tranquilidad a los sinaloenses.
Craso error de mi parte, el hijo de María Sorté y García Paniagua ha mostrado en estas tierras que no sirve de nada.
Desfila muy mono por las calles de Culiacán rodeado de cientos de militares y marinos, y luego se larga y nos deja sin protección a los indefensos ciudadanos que no gozamos de ese manto de poder.
Quiero escribir de beisbol y aparecen en mi mente los Chapitos y los Mayos con un bat en la mano y repartiendo garrotazos a diestra y siniestra sin fijarse a quién le parten la cabeza.
Si quiero tocar el tema de carrera de automóviles de formula uno, escucho cercano a mi hogar las sirenas de los autos policíacos que son requeridos donde dejan los cuerpos de los ejecutados.
A la fecha no he quedado atrapado por fuego cruzado de las bandas delincuenciales y ruego a mi Dios que jamás suceda.
Hace años, en la plaza de Cinépolis, fui objeto del despojo de un automóvil propiedad del gobierno de Sinaloa.
Con pistola en mano y una navaja en la otra me bajaron del carro y nadie pudo detenerlos a pesar de estar muy cerca la policía Estatal.
No quise pensar en complicidades y solamente comparecí ante el Ministerio Público para levantar la denuncia.
La unidad jamás fue recuperada y el seguro me hizo entrega de otra unidad a los quince días siguientes.
Era muy joven el asaltante y le temblaban las manos que sostenían pistola y navaja y yo mismo tuve que tranquilizarlo para que no apretara el garillo.
La diferencia es que la guerra entre Chapitos y Mayos los obliga a robar con lujo de violencia las unidades, y en ocasiones mueren niños y adultos por los disparos de los grupos de la delincuencia.
Disparan contra todo lo que se mueva y les resulte sospechoso.
No quiero escribir sobre violencia y en esto estoy parando.
Se me enjuta el cerebro de solo pensar que pueda caer en los retenes de los grupos delincuenciales.
Se me estruja el corazón de imaginar a mi familia quedar bajo las balas de los que disparan a matar trátese de quién se trate.
No quiero escribir de la maldición que ha caído en Culiacán.
Pero no puedo parar mis dedos que no obedecen y siguen tecleando mi computadora.
Me encabrona que suceda y que mis artículos no sean de entretenida literatura o relatos pueblerinos que conozco.
Todo es violencia y Omar García Harfuch y la carabina de Ambrosio son la mismísima cosa.
El delfín de Claudia Sheinbaum no está funcionando.
Ellos dicen que sí y nosotros los afectados decimos que no.
A Palacio Nacional no entran balazos.
Invitamos a la señora Sheinbaum que en compañía de su esposo y sin guaruras se den sus paseos de noche en Culiacán.
Puede que ni de día se animen.
Me encabrona escribir de la violencia.
Hasta mañana.
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