José Noriel Portillo, asesinó dentro de la Iglesia católica de Ceracahui, municipio de Urique del Estado de Chihuahua, a dos sacerdotes Jesuitas y un guía de turistas de la sierra tarahumara.
Lo hizo a sangre fría, sin importarle que eran dos hombres buenos que predicaban la palabra de Dios y sumamente queridos por los habitantes de esa sierra tan famosa en el mundo.
La Iglesia católica, Apostólica y Romana, hasta la fecha no ha emitido un comunicado para informarnos de algún procedimiento de excomunión, que se haya iniciado en contra del que cometió los asesinatos y que quebrantó la ley de nuestro Dios.
Profanó el templo y mató a dos sacerdotes y un ciudadano común que se introdujo a la casa sagrada buscando su salvación.
EXCOMULGAR, significa poner a un individuo o agrupación fuera de la comunión.
Creemos que el abominable hecho que cometió JOSE NORIEL PORTILLO, es más que suficiente para excomulgarlo de acuerdo a las leyes de la Iglesia.
Hasta el momento los crímenes siguen impunes.
Nadie sabe el paradero de la bestia asesina.
Se perdió entre barrancos y la selva tarahumara.
Ni ejército, marina o guardia nacional han sido capaces de dar con su paradero a pesar de tener muchísimos elementos dedicados a esa tarea.
Se sabe que José Noriel tenía orden de aprehensión girada por las autoridades del fuero común. Sin embargo, se le podía ver a cualquier hora del día sin que nadie quisiera ejecutar el mandato judicial.
Recordemos que la voluntad del dios que mora en Palacio Nacional es de dar abrazos y no balazos.
Es su mística. Se cubre con aura de humanismo que pretende contagiar a todos los mexicanos y honrarlo como una deidad del presente.
LA IGLESIA TIENE LA PALABRA
El Papa Francisco tendrá que dar el Santiago, para que la caballería se lance en contra del asesino de los jesuitas y lo excomulgue agotado el procedimiento que marcan sus leyes religiosas.
Capturar a José Noriel sería un gran éxito para las huestes de nuestro presidente.
El tabasqueño subiría sus bonos considerablemente si lleva al sanguinario ante los tribunales.
No hay pena de muerte en México.
La merece el profanador de templos y sanguinario matón.
Ni sus compañeros de fechorías aplaudirán su horrendo proceder y la privación de los jesuitas.
No es lo mismo matar a un ciudadano común y corriente, a ensangrentar las sotanas dentro del templo que sirve espiritualmente a los sierreños tarahumaras.
Deben de seguirlo como a una fiera rabiosa.
Deben capturarlo vivo. Que pague con lo que resta de vida dentro de una celda de cualquier prisión de alta peligrosidad de nuestro País.
PRIMERO EXCOMULGARLO
Y que la ley de los hombres se encargue del resto.
Si llega a una prisión, es muy probable que alguien se encargue de ejecutarlo para lavar la afrenta que cometió en contra de la divinidad.
Hasta mañana.
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