Hemos convertido nuestra existencia en un camino mezquino, monótono y sin sentido. La desperdiciamos persiguiendo objetivos insignificantes. Porque a nuestro “superficial” parecer, hay otra cosa mejor.
Ese ritmo trepidante, adrenalínico, voluble, hueco y vacío hace que a la última cosa que le dedicamos un pensamiento, sea a la muerte.
La impermanencia de nuestro ser ha sido guardada en el baúl de los recuerdos. Y nos rodeamos de bienes, objetos, comodidades, en muchos casos banales.
Nos convertimos en esclavos de la superficialidad y del vacío existencial. De lo que nos dicen los medios, la moda, el debe ser.
Pocos nos invitan a la autorreflexión. Y cuando alguien lo hace, es más fácil responder que es mejor ser pragmático. Que no hay tiempo para el misticismo. ¡Qué tema es más pragmático e incuestionable que la misma muerte!
Si estos días de enero constituyen un anticipo de cuanto ocurrirá el resto del año, este 2023 llevará por sello el del desconcierto, dejando la circunstancia nacional bajo dominio de la incertidumbre y colocándola a las puertas de la inestabilidad.
Buenas y malas noticias se entremezclan sin acabar de definir cuáles de ellas establecerán su potestad en el curso de los acontecimientos. Esto, en el marco de la polarización prevaleciente que todo exagera en un sentido o en otro, aboliendo el matiz en la reflexión y la acción política, puede llevar el cierre del sexenio y, con él, al concurso electoral del año entrante a escenarios complicados en extremo, por no decir, peligrosos.
Por el bien de todos es hora de entender, interpretar y encarar la realidad con mucha mayor objetividad, aplomo y serenidad, sin ánimo de encontrar en la ruina del contrario la posibilidad de fincar un imperio. Hora de exigir a los actores políticos, formales e informales, actuar con mucha mayor serenidad y mesura. El país y la nación están de por medio.
Cuanto se ha visto en los últimos días del año pasado y los primeros de este resume el elevado costo que dejan al Estado de derecho y la democracia, la impunidad criminal y la pusilanimidad política, así como el afán de acceder o conservar el poder al costo que sea.
La otra mancuernilla de la impunidad criminal es la pusilanimidad política que igual daño provoca a la democracia y al Estado de derecho.
Cuando en ejercicio de un pragmatismo ajeno a principios y volcado en el ansia de poder se solapa y tolera a aliados impresentables, a la postre, se sufren las consecuencias. Ahí, de un lado y del otro, tirios y troyanos se han hecho ojo de hormiga.
En nombre de la solidaridad han hecho de la complicidad un recurso para sostener o respaldar a personajes que, en más de un caso, podrían ser candidatos a ocupar una celda o, al menos, a aparecer en el cuadro de horror del más procaz cinismo. Ni unos ni otros apartan a aquellos a fin de generar una cultura política distinta.
GOTITAS DE AGUA:
Considero que, en el vértigo de acontecimientos de estos últimos días y en la pugna por imponer la interpretación o la narrativa en torno a ellos, es notoria la fragilidad de la circunstancia, así como la incapacidad de los supuestos profesionales de la política para controlar variables en juego.
Insistir en la idea, por no decir, la exageración de que el país avanza a paso firme rumbo al infierno o el paraíso, según el extremo donde se milite, es un engaño que en la constante reiteración puede terminar por construir una realidad marcada por el desconcierto que conduce a la incertidumbre y, de ahí, a la inestabilidad. Más vale andar con pies de plomo. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos Mañana”…
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