Escribir es como una caminata, en parte conozco el camino, en parte encuentro cosas curiosas, raras o, en el extremo, un instante que cambia mi vida. Me centro en México, este país en el que he vivido toda mi vida: veo su complejidad —más en este momento de polarización social y política, de violencia imparable, inseguridad a la vuelta de la esquina, de impunidad campante y corrupción permanente en los asuntos públicos— y, al mismo tiempo, su simplicidad. Es el país que realmente conozco y en el que, de muchas maneras, me reconozco. Aunque esto también es paradójico: de repente en algún asunto que debería yo conocer a cabalidad, descubro que un extranjero conoce mejor esa realidad, esa situación o ese pueblo —su historia, desarrollo y proyección futura— mejor que yo.
Por un momento, parece que lo que me circunscribe —el lugar donde vivo, las personas con quienes convivo, la historia de esa estructura social— lo conozco. Hago un repaso de mi historia y voy mirando mi vida personal y, como en un carrusel o en una rueda de la fortuna, voy viendo lo que acaece en la vida de la ciudad y del país: todo es movimiento. El tiempo pasa y, en un abrir y cerrar de ojos, parece que ya no comprendo lo que miro. Mejor dicho, lo que en un momento algo me parecía comprensible, en otro momento —ahora— se me hace incomprensible.
Yo no crecí en un ambiente oficialista, de régimen de partido hegemónico, mejor dicho, en una época oficialista: crecí en una época en donde ya empezaba a desprenderse una corrupción desmedida, una inseguridad que con el paso del tiempo se fue perdiendo la capacidad de asombro, en pocas palabras, fue creciendo la polarización y la división humana, pues en épocas de Echeverría, luego López Portillo, más tarde De la Madrid. El poderío de un sistema que parecía invencible, al que muchos le temían no someterse a él y, desde luego, muchos se beneficiaban de sus mieles, mientras sectores eran excluidos, ignorados o proscritos, era patente. Las elecciones eran una suerte de ritual en la que, por anticipado, se sabía quién iba a ganar. Varias. Además, la historia oficial que escuchaba en la escuela en mi época era contradicha en mi casa. Fueron años de sensibilidad directa. Mi familia, por ambos lados, estaba dividida. Yo siempre seguí la opinión de mi papá: “Este régimen corrupto y corruptor algún día caerá”. Ese día llegó en el 2018.
Años más tarde, el dinosaurio sigue vivo, genéticamente modificado; hoy es más feroz, más temible, más inteligente y más corrupto. Lo es porque en ese entonces era cínico. Ahora es hipócrita, se disfraza de una moralidad de la que carece. Bien dice el dicho: Dime de qué presumes y te diré de lo que careces. Esa película ya la sabemos. Sabemos su argumento. El ejército sigue siendo esa arma intimidatoria. Quizá esa es la parte simple. Por ello, a mi juicio, no existe una calidad moral para defender la realidad, una realidad, que es superada por tanta hilaridad gubernamental.
La parte compleja es que al mirar en conjunto no comprendo por qué una sociedad como la nuestra no aprende de su experiencia, de esos años arduos de construcción de un sistema electoral confiable y eficaz, ciudadanizado, autónomo, constitucional. Todavía por mejorar, sin duda, pero no para hacerlo a un lado y colonizarlo. Leo el informe del Latinobarómetro2023 y México llama mi atención. Solo un 35% está en favor de la democracia, cuando hace tres años era el 43%. La democracia le es indiferente —es decir le da lo mismo un régimen democrático que uno no-democrático— al 28%, mientras hace tres años era el 16%. El autoritarismo, por su parte, despierta simpatías; pasó del 22% (2020) al 33% (2023).
GOTITAS DE AGUA:
México está dividido prácticamente en tres tercios y solo uno de ellos simpatiza con la democracia. Esa es la parte compleja. ¿Por qué no aprendemos, no digo ya de la historia, sino del pasado reciente? El informe citado plantea que en América Latina —como en nuestro país— la democracia está en retroceso o se encuentra débil. ¿De veras seremos testigos de su muerte y sepultura? ¿O tendremos el talante y el talento de nuestros años juveniles para remontar las circunstancias? No tendremos la energía, pero sí la madurez. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos Mañana”…
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