Punta de Lanza

Mazatlán… la fuga de la liebre

Tengo ganas de comer tamales de liebre, le dijo Rogaciano Casamayor a su mujer.

“Pues consíguete una y te los preparo; Aquí tengo un poco de masa”, respondió la mujer, que ocupada en los afanes de la casa, ni siquiera se dignó en voltear a ver a su antojado marido.

Sin tomar en cuenta el desdén marital, Rogaciano, hombre también de pocas palabras, puso manos a la obra, ya que no podría arriesgarse a pescar un agallón por un antojo mal tratado.

Descolgó el campesino, un viejo rifle del calibre 22 que pendía de la pared del jacal, y se lanzó al monte en busca de la preciada presa de cacería.

Al rato vengo vieja, voy por la “Tochi”; Ve atizando los “”, ordenó el ranchero a Bertolda, su señora esposa.

Salió el cazador rumbo a unos montes cercanos, saboreando de antemano la tamaliza de liebre que habría de degustar.

Los pollates (hornillas rústicas de ladrillo adobado), ya estarían humeando, y desde luego, la masa y hojas de maíz listas también para dar forma a los tamales, pensaba el tipo de marras.

Solo le faltaba, por supuesto, cazar la liebre, destazarla y entregar la carne a su mujer.

Y de pronto un inconveniente; Recordó el labriego que en el salón de su rifle había sola una bala, lo que sin duda le dificultaba alcanzar el objetivo.

“Liebres hay en el monte, y de sobra sabía el buen Rogaciano, que esa especie de la fauna silvestre es ligera, astuta, y altamente escurridiza.

Por esa razón, el sujeto sabía que tendría que atinar en el blanco al primer disparo, o de lo contrario sus ansias tamaleras volarían por los aires en espera de un mejor momento.

Tras cavilar sobre esas circunstancias, entendió el campirano la necesidad de ser más cauteloso, por lo que al adentrarse en el nutrido monte, pausó sus pasos al caminar.

Con el rifle al hombro, y el tiro montado, avanzaba lentamente, espantándose algunos moscos y bobitos con la única herramienta a la mano; El resoplido de su boca.

Y de pronto, la suerte pareció socorrerlo; ahí a menos de escasos 2 metros de distancia, una liebre de peso regular, semienterrada en una especie de covacha, mostraba sus grandes orejas.

¡¡Tamales a la vista!!, pensó emocionado Rogaciano Casamayor, al tiempo de dirigir el cañón de su rifle hacia el objetivo anhelado.

Pero, en ese mismo instante, la duda hizo presa del cazador; “No puedo darme el lujo de fallar el disparo, pensó, al tiempo de buscar otra alternativa.

La liebre dormía semienterrada entre arbustos y tierra humedecida por la lluvia de la noche anterior.

Estaba a la vista, desprotegida, casi sin escapatoria, pero el inconveniente es que, de fallar el balazo el brioso animal se daría a la fuga dejándolo con un palmo de narices.

En el delirio de sus emociones, una idea a todas luces descabellada, lo asaltó; ¿ Y si le apunto con el rifle y me la llevo manos arriba hasta la casa, para que Bertolda la mate con un leño?; “Me salí del calzón” se dijo asimismo.

Luego surgió en su mente la que consideró la mejor alternativa; Lanzarse sobre el animal y con sus propias manos atraparlo, y llevarlo así hasta la cocina de su hogar.

De esa manera, reflexionó, evitaría asustar a la liebre con el tiro fallido, y de paso, evitaría quemar inútilmente la única bala con que contaba.

Y así lo hizo; Rogaciano aprovechó el profundo sueño en que había caído la liebre, y de un salto felino logró atraparla con sus propias manos.

Así regresó a su casa, con el orejón animal apretujado entre sus brazos, anunciando a Bertolda el éxito de su expedición.

Mira “Toldita”, aquí llegó la carne pa´los tamales, gritaba el cazador a su compañera de vida.

Apacible y serena, la señora de la casa, asomó por una claraboya de la rústica cocina, desde donde ordenó a su marido; “Encierra la liebre en el corralito de madera, y te vienes a ayudarme en los preparativos de los tamales, fue la instrucción.

A Rogaciano que deseaba liquidar sin mayores alegatos a la “Tochi” que ya tenía en sus manos, le desagradó la instrucción de la jefa de la casa, sin embargo, para evitar algún conflicto, obedeció y depositó la liebre dentro del desvencijado cerco de madera.

Sobra decir, que el fuego de la hoguera, las hojas de maíz, la masa para la elaboración de los tamales, y otros ingredientes que habían sido predispuesto en la cocina, de nada sirvieron.

Evidente es entender, que, sin carne, los tamales no ofrecerían el sabor que Rogaciano esperaba con ansias; Y el gran detalle, fue que la carne había escapado sigilosamente del endeble cerquito de vieja madera.

Y es que, la habilidosa liebre había escapado luego de fingir una inusual mansedumbre y docilidad, engañando de esa manera al hombre que la había capturado para los efectos de ponerle el sabor a sus esperados tamales.

Rogaciano, por lago tiempo había acariciado en secreto la idea de “comerse esa “tochita”, sin embargo, la tamaliza se vio interrumpida
gracias a la recomendación que le llegó del alto mando… Es decir de su mujer…

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Armando Ojeda
Armando Ojeda

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