No entiendo a los humanos, decía para sí, un viejo y apacible IGUANO, repitiendo el sermón a cada momento, una y otra vez.
Llevaba el animal, varios días con la misma letanía, asomando siempre sus ojos hacia el mundo exterior a través del hueco de un viejo árbol de sabino en que habitaba.
Pareciera aquel iguano, escudriñar con su mirada el universo en busca de una explicación a la inquietud que flagelaba su mente.
No puedo, arengaba una vez más el reptilesco animal, comprender el comportamiento de los seres humanos, quienes se autodefinen como inteligentes, pero que en la vida muchas veces actúan irracionalmente.
Era en realidad una especie de auto pregunta que el elemento de la fauna de nuestros montes se hacía a cada momento, y que evidentemente pareciera preocuparle.
Era pues, la gran pregunta del reptil. Una pregunta que se le había convertido ya en una clara y evidente obsesión.
Pero la prolongada y tediosa letanía del animalejo había calado hondo en el ánimo de su fiel y amorosa compañera de habitación. Su señora esposa.
Y es que, doña IGUANA, quien quizá por el respeto, amor y paciencia que le profesaba a su macho semental, le había tolerado tan singular pero enfadoso comportamiento.
Pero como todo tiene su límite, y la paciencia no es la excepción, ocurrió que una asoleada mañana del mes de mayo, la señora IGUANA “entró en sus días”, y presa de los achaques propios de los infaltables cólicos, no pudo soportar más el machacoso rezo de su consorte.
Por ello, cuando su galán atisbó por la rendija del hueco del palo que habían convertido en su aposento, con intenciones de exponer una vez más su trillado discurso, la rústica dama no aguantó y sacó la casta.
“Con una chingada, Sabino (Nombre que el reptil adoptara en honor al árbol en que había construido su hogar), explícame ahora mismo que significa esa letanía que te cargas y que ya no soporto” gritó explosiva la fémina.
Y amenazó al macho; “O me dices que mitote te preocupa y molesta tanto, o de plano, con toda la pena me tendré que mudar de árbol”.
Ya envalentonada, Anfibiana (Nombre de la iguana) de manera amenazante remató a su marido diciendo… “Es que, la neta, ya no te aguanto cabrón”.
Te quiero y lo sabes, y te he aguantado hasta las pinches correrías que has tenido con algunas cachoras del mezquite vecino, pero no abuses, así que me dices, que te traes con el arguende ese de que no entiendes al hombre y no sé cuántas tonterías más, o de plano me cambio de palo. Amenazó la escamosa
Ante la fuerte exigencia de su hembra, el viejo lagarto sintió el efecto de la amenaza y tras un resoplido, respondió la envalentonada femenina de la especie iguanidae.
“Tranquila vieja, nada de cambiar de palo, y por favor no enredes mi filosofía de la vida con el sexo”, respondió el macho.
No le hagas el vivo, Sabino, insistió la IGUANA, aclarando enseguida, que; “Cuando te digo que me cambiaría de palo, me refiero a cambiar de domicilio”. O sea que me largo a otra rama.
Ante la aclaración y tras recuperar el aliento perdido, Sabino empezó a aclarar las cosas a su cónyuge.
Y entonces, de manera pausada, al más puro estilo de Andrés Manuel López Obrador, el lagartijo explicó.
“La verdad, vieja, es que no he podido entender el extraño comportamiento de los humanos.
Ellos se autodefinen como unos entes racionales, inteligentes y supremos en la tierra, y la verdad no parece ser ni una cosa ni la otra, reflexionaba Don Sabino.
La verdad, continúa explicando, me parece decepcionante e incomprensible la forma en que las personas asumen su rol de vida.
¿Por qué, cómo comprender, que esos entes inteligentes desprecien y desperdicien lo que la naturaleza les ha entregado para llevar una vida placentera?.
Ellos tienen la libertad para disfrutar bellos bosques, fértiles tierras, encantadores mares, acogedoras playas, azules cielos, frescos ríos, abundantes arroyos, valles y fascinantes montañas.
Todo les ha sido obsequiado para su sana convivencia y su gozo extremo, y sin embargo viven los humanos enfrascados en luchas sangrientas, como las guerras interminables, motivadas por sus desmedidas ansias de poder y riqueza.
Viven los humanos presos de la avaricia, el odio, la envidia, el rencor y las vanidades. Ignorando el obsequio de la naturaleza.
Te informo, amada mía, agrega el Iguano, que los poderosos habitantes de la tierra hace un par de años, vivieron tiempos aterradores por la amenaza de un virus mortal.
Su gobierno les ordenó aislarse y guardarse en sus casas por 40 días, y así protegerse de la grave amenaza de la terrible enfermedad.
¿Pero qué crees Anfibiana?, Pues nada, que los “inteligentes humanos” en aquellos días se resistían a encerrarse en sus casas.
Alegaban que era mucho e injusto el tiempo de encierro, y pese al riesgo del contagio, salieron a las calles a retar la ola de contagios, sin importarles poner en gran riesgo la salud del mundo y la de ellos mismos.
Por eso, amada mía, yo insisto y vuelvo a preguntar una y otra vez…¿Quién entiende a los humanos?.
Y enseguida, con un acento de resignación, entrecerrando sus ya llorosos ojillos, el IGUANO dice a su amada.
“Fíjate mi amor, los humanos, para protegerse de una terrible enfermedad, renegaron por 40 días de encierro en su propia casa y rodeado de sus familias.
Por esa razón se decían infelices, mientras nosotros, que vivimos toda nuestra vida dentro en éste pequeño hueco del tronco de un árbol, aceptamos nuestra realidad y sin embargo, somos muy felices.
¿No te parece una ironía de la vida?… Tu y yo mi reina, viviendo en un solo palo, pero llenos de felicidad, remata el roedor.
Bueno, sí cariño, reviró la Iguana con algo de coquetería…“Ciertamente vivimos desde hace mucho en un solo palo, pero no crees que podríamos lograr una mayor felicidad si pudiéramos aumentar los maderos?.
Enojado por la indirecta de su amada, el IGUANO, gira su cola y se da la vuelta hacia la salida del agujero del viejo tronco del árbol en que habitaba.
Luego asoma su cabeza hacia el exterior. Mira el azul del cielo, y grita de nuevo, en un vano intento de ser escuchado por los seres inteligentes de la tierra…” NO LOS ENTIENDO CABRONES”…
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