Fax del Fax

Los duelos a muerte entre los caballeros

Con un guante cruzaban el rostro del contrario y en ese momento comenzaba el proceso de establecer los padrinos, las armas, el lugar y la fecha para enfrentarse.

Reglas muy severas de la etiqueta, que nadie osaba quebrantarlas, y quién rehuía el reto quedaba marcado como un cobarde.

Sobraban las palabras y eran los padrinos los que se encargaban de toda la parafernalia que implicaba batirse a muerte.

Uno de los contendientes tenía que morir sin remedio alguno.

No había lugar para los heridos.

Se daba el caso de empates.

Los duelistas, en muchos casos quedaron tendidos sin vida, atravesados por las espadas o agujereados por los proyectiles.

Se acabaron esos duelos.

En mis tiempos universitarios, salíamos de la vieja casona y en nuestra plazuela o en el estadio cercano sonaban los moquetes y patadas.

No pasaba de rompernos la boca o patearnos los testículos y volver a los pasillos en compañía de la raza que eran los testigos del agarre.

Terminado el pleito, cesaban los rencores.

No daba lugar para revanchas, pero en algunos casos, de nuevo surgían las diferencias y vámonos para la plazuela y que los dientes se caigan.

Pasan los años y los fuegos se apagan.

A los viejos, nos queda contemplar la novatez de los que apenas empiezan a vivir y guardarnos las energías para cosas mejores que la camorra.

Es mi caso.

Si alguien me reta a golpes, de plano me niego a levantar la guardia y busco las mejores palabras para evitar el enfrentamiento.

No soy cobarde, pero ya no me queda el numerito de liarme a trompadas o enfrascarme en dimes y dirites.

Espero que mi pelo cano me salve de agresiones, o que mi andar cansado y sin fuerzas le impida a alguien vapulearme.

Ni de palabra y menos de obra.

Llegó la madurez con mis años y no quiero volver a sentir las ansias de la juventud y colocarme en un plano que solo me acarearía frustraciones y dolencias.

A nadie le aconsejo la camorra.

Escucho gritar y me sobresalto.

Quiero que mis semejantes sean pacíficos y que mis autoridades me protejan y cuiden mi integridad.

Que la virtud humanista cobije a mis gobernantes y que la razón campee en sus dominios y nos hagan sentir orgullo de sus acciones.

No quiero trifulcas oficiales.

Mucho menos ser quién los incite a sostener duelos que no tengan sentido y que perjudiquen su imagen.

Que la oratoria de Demóstenes sea su arma y que la paz de los dioses los cobije Y nos cubran con su sabiduría,

Hasta mañana.

Todas mis columnas en: https://altoparlante.com.mx/fax-del-fax/.

 

J. Humberto Cossío R.

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