Los plebes no saben de carestía y esperan con toda su alma la llegada de la noche buena para recibir los regalos.
No hablaremos de Santa Claus.
La mayoría de los niños saben que son sus papás los que les amanecen y son a ellos a los que atrincan con sus deseos.
No hay Santa, pero no perdonan los juguetes y la ropita nueva.
Los políticos de primer nivel no tienen problemas.
Los presidentes municipales tienen su tesorería y los Gobernadores otra más grande.
El Presidente de México es el mandón de las navidades y su caja chica es más grande que el Empire State de New York. Para esta autoridad no hay cosa que se le pueda atravesar y tiene el sano disfrute del formidable erario federal.
Los grandes empresarios no sufren por las navidades.
Los medianos tampoco. Son de la medianía para debajo de la población los que tienen año con año los quebraderos de cabeza y el desfalco de sus bolsillos.
No se diga de la pobreza extrema, que deambula por las calles en busca de los desperdicios que arrojamos a los botes de la basura los que podemos llevar comida a casa sin grandes tropiezos.
Los vemos muy seguido hurgando para lograr un bocado y poder llevar a casa un poco de lo que cosechan de los botes de la basura de los grandes restaurantes.
Son muchos millones de mexicanos y aumentan con el paso del tiempo sin importar la clase de gobierno que nos rija.
La opulencia no sufre.
El pueblo pobre y honesto de la cuarta transformación es de lo más vulnerable y solo les llega la verborrea de Andrés Manuel.
No tienen derecho a enfermarse y las clínicas europeas que ha prometido el peje no llegan a sus regiones y las medicinas brillan por su ausencia.
Los hospitales de Dinamarca no se ven por ningún lado.
El cáncer de los niños se los acaba, ante la horrorizada mirada de sus padres que ven fallecer a sus hijos irremediablemente.
Los pobres no tienen navidad.
Dice un cómico de televisión, que los indigentes juegan a las muñecas, frotándose la muñeca del lado izquierdo de la mano con la de la derecha.
Esas son las únicas muñecas a su alcance.
Los papás duermen con los zapatos que encuentran en los basureros por miedo a que sus hijos les coman los dedos de los pies por el hambre.
Me acerqué a gobierno del Estado y vi los rostros felices.
Rubén Rocha Moya les pagó el aguinaldo oportunamente y salieron disparados a comprar lo necesario para afrontar las necesidades navideñas.
El aguinaldo desaparece por arte de magia.
Son muchas las deudas contraídas en el año y fuertes los gastos navideños.
El aguinaldo es un oasis en el desierto de la pobreza.
Calma la sed y el hambre y nos viste con modestia.
Los plebes no creen en Santa Claus.
Pero atrincan a los padres.
Hasta mañana.
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