Y fueron duramente maltratadas por las autoridades mazatlecas por instrucciones de Ernesto Coppel.
Las bandas que matan personas son temidas y respetadas por cualquier autoridad, sea de la federación, del estado o municipal.
Ahí no se mete el empresario hotelero.
Y pobre del que se atreva.
Mi viaje vacacional fue muy corto.
Salí de una ciudad silenciosa, tal y como se quedó Culiacán y llegué a otra en las mismas circunstancias.
Mi querido Mochis me dio el gozo de la quietud.
No hice el intento de visitar playas.
Tampoco visité iglesias.
No tomé cervezas, vinos de mesa, tequilas o mis queridos whisquies.
Solamente café y alimentos de todo tipo.
Tranquilidad absoluta al lado de parientes y amigos.
Agarré carretera un miércoles y mi regreso fue en sábado.
Los mitotes del güero Coppel y las bandas playeras me llegaron a través de los Noticieristas de Luís Alberto Díaz.
Sigo con los dedos cruzados para que no haya desgracias que lamentar en Sinaloa.
Me gusta escuchar la banda de viento en lugares que no sean cerrados.
Las gruperas no son de mi gusto, llámese como se llame el cantante que traigan las bandas.
Pero jamás intentaría prohibir su trabajo.
Soy hombre chapado a la antigua.
El romanticismo inflama mi corazón y acompaño mis audiciones con generosas porciones whisqueras.
Un Coppel generó el desmadre en Mazatlán.
Volaron tamboras pateadas por policías.
Los cabronazos estuvieron sabrosos.
Los pitos y las tubas no se callaron.
Llegó la calma con los acuerdos y a Neto Coppel se le calmó la diarrea.
Las bandas delincuenciales no tienen horario.
Cualquier rato visitan a los Coppel.
¿O ya lo hicieron y por eso la reculada?
Que viva la música de viento.
Originales o hueseras son formidables.
En Mocorito hay muy buenas.
Y no los garrotean.
Hasta mañana.
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