Ignoro el autor de la parábola que a continuación narraré al único lector que, según mis estadísticas, sigue fielmente cada uno de mis escritos.
Insisto, el origen de la parábola no me pertenece y obligado estoy a exponerlo así, para que nadie ose después acusarme de plagiar ideas o historias de autorías ajenas.
UNA PARABOLA CON OLOR A REALIDAD.
Cuenta, al parecer una imaginaria leyenda, que hace muchos años, un hombre casó a su hijo, y en el acto mismo le donó toda su fortuna.
Se quedó en ese tiempo el padre donante a vivir con los recién casados en la casona de la granja.
Al primer año de matrimonio, la pareja trajo al mundo a su primer heredero, y así sucesivamente hasta procrear 14 descendientes.
Pasado el tiempo, el padre del nuevo jefe de aquella familia, suegro de la muchacha, y abuelo de los 14 chamacos, por su avanzada edad, vio mermada su salud y por supuesto su fuerza física.
Era ya muy lento al caminar, y con trabajos se sostenía con un bastón de madera que se le había construido para esos efectos.
El anciano ya no podía comer, ni beber agua por sí solo, ya que sufría de fuertes dolores en su cuerpo, provocando que sus lamentos y quejidos cada día fueran en aumento.
Ante la precaria situación de salud que el abuelo enfrentaba, la nuera a cada momento manifestaba su disgusto al marido.
“Ya no soporto a este viejo enfermo y achacoso, y cada día me es más difícil soportarlo”, se quejaba constantemente la mujer.
Y finalmente, como era de esperarse, un día de tantos la nuera explotó en sus emociones, por lo que puso un ultimátum a su esposo.
“Yo me voy a morir si tu padre sigue viviendo en esta casa con nosotros” dijo la mujer en tono ya muy alterado, al tiempo de pedirle al abnegado esposo que decidiera a quien de los dos quería tener a su lado.
Frente al fuerte reclamo de su esposa, el hijo se acercó a su padre para informarle que esa misma tarde debería salir de su casa.
“Tendrás que salir de mi casa padre, ya te he mantenido por muchos años”, fue el argumento utilizado para ordenar el desalojo.
“Hijo, respondió el padre con lágrimas de dolor en sus ojos, ya estoy viejo y enfermo, y nadie me querrá.
“Mira, le rogaba, para el tiempo de vida que me queda, déjame permanecer en esta casa”…Préstame un rincón del establo para dormir entre la paja, suplicaba el viejo enfermo.
Sin embargo, la respuesta del hijo era determinante; “No es posible padre, vete, ya que mi mujer también quiere que te vayas”.
Ante la amarga respuesta, el amoroso viejo le ofreció sus bendiciones, rogándole enseguida que al menos le obsequiara una manta con que abrigarse en las llanuras de la lluvia y el frio.
El hombre llamo entonces a uno de sus hijos y le ordeno entregarle a su padre, una de las mantas de los caballos para que en su viaje se protegiera de las inclemencias del tiempo.
El niño tomo de la mano a su abuelo y lo condujo hasta el establo de donde extrajo una de las mantas más grandes que encontró.
Ahí mismo, el jovencito tomo una navaja y trozo la manta en dos partes iguales, otorgándole una de ellas al anciano.
¿ Pero, que has hecho niño, gritaba llorando el abuelo, por que has cortado la manta, si tu padre te ordeno que me la entregaras completa?.
El silencio del niño ante el reclamo, entristeció aún más al abuelo, quien solo se concretó a decirle; Me voy a quejar con tu padre por lo que me has hecho.
“Haz lo que quieras, contesto seria y escuetamente el chamaco.
El viejo salió del establo y busco al hijo a quien expuso la extraña actitud de su nieto.
“El niño trozó la manta y solo me ha regalado la mitad”, dijo entre lágrimas el viejo.
Dásela completa, ordenó su padre al niño desobediente.
No lo haré padre, respondió de manera decidida el chiquillo.
Sorprendido por la respuesta de su hijo, pregunto enseguida; ¿Y me puedes decir por qué has roto la manta en dos pedazos?.
Padre, respondió el chamaco, es que la otra mitad la quiero guardar para dártela a ti cuando ya estés viejo y enfermo, y te pida que te vayas de la casa.
Las palabras del niño golpearon fuertemente la conciencia y el corazón del rudo campesino, quien presuroso pidió a su padre, cuando este ya partía, que regresara a casa, al tiempo de implorar su perdón por el gran error que habría cometido.
El anciano lloraba otra vez, pero ahora de emoción, al escuchar a su hijo decirle; “Padre querido, todo esto es tuyo…Tu lo construiste… Tú lo pusiste en mis manos… Fuiste tú, quien con tu esfuerzo de muchos años lo hizo grande y exitoso para que yo, junto con mi esposa y mis hijos lo siguiéramos cuidando para hacerlo crecer y florecer”.
EL PRI… OTRO VIEJO ABANDONADO.
Tras analizar, pensar y razonar el contenido de la historia antes redactada, no puedo menos que relacionarla con los hechos que en estos tiempos están ocurriendo en torno al PRI.
Creo sin duda alguna, que si el ente político llamado PRI, tuviera cuerpo, mente, y corazón, estuviera en estos momentos llorando igual, o más que el viejo granjero de la reseña expuesta.
Miles de hijas, hijos, nietos y bisnietos, lo están tirando por el caño del drenaje político.
Malagradecidos, incongruentes, ingratos, y políticamente mal paridos, los antes amorosos miembros de la familia tricolor, desprecian y reniegan de los nexos que antes los unieron con el PRI.
Olvidan que de esas siglas, por décadas, muchos se enriquecieron abrevando de sus ubres, claro, cuando estas portaban en abundancia el elixir del poder.
Ya no quieren recordar los golondrinos del otrora poderoso PRI, que de esas TRES LETRAS heredaron poder, y dinero.
Claro, hoy son otros tiempos y entienden los renegados, que ha llegado la hora de correr en busca de brazos más prometedores y atractivos para sus todavía insatisfechos apetitos de poder político y económico… ¿ Se los digo así, o más claro? … Nos veremos enseguidita.
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