Los mejores no siempre llegan al vértice de la pirámide. Al contrario. Lo comprobamos con nuestra experiencia diaria: quienes ocupan puestos de responsabilidad no son los más cualificados ni los más elocuentes. Y no me refiero únicamente a la política.
Cuántos profesionales han abandonado su empeño de trascendencia tras una cadena de frustraciones, juicios e inseguridades que los han maleado hasta la renuncia.
Todos conocemos a personas brillantes cuya erudición y talento nos deslumbran, y que, en cambio, no están hechas de la madera necesaria para ser estrategas. “Le falta garra”, se dice.
Un mar de convenciones fagocita la inspiración mientras se expande el sentimiento gregario.
El mismo adocenamiento que presenciamos en el consumo: tentáculos de “holdings” que se han convertido en gestores de ocio y mueven a las masas y el dinero a su antojo. La gran paradoja se transforma en impostura: mientras se apela repetidamente al “management” de la excelencia, la cultura se convierte en ocio suntuario. Las dificultades de comprensión de lectura se multiplican.
En España, el PP expulsó la asignatura de filosofía de la currícula, y el mensaje resultaba aterrador: la estructura mental que ayuda a pensar el mundo y la existencia, aquello que exalta el ánimo y provoca a los estudiantes, se erradica. En su lugar, se alimentan competitividad y beneficio económico como fórmulas de éxito, lo que excluye a la mayoría de los ciudadanos de a pie, que tan solo puede contemplar la actualidad en forma de espectáculo, por supuesto como público.
En un barco deberían decidir los que conocieran el camino junto con los que conozcan los métodos de navegación, por eso el conductor en un barco es el más sabio sobre el tema, el capitán.
Platón tomaba de Sócrates la metáfora marinera para afirmar en La República que ni los más fuertes, ni los más ricos, ni siquiera los más populares deberían ser nuestros líderes, sino los filósofos, los únicos capacitados para llevar el timón del Estado. Basando su criterio en el conocimiento y nunca en la opinión –aunque pueda haber opiniones que atraigan a muchos–, los más instruidos guiarían a la sociedad al éxito común.
Muy lejos nos hallamos de esta premisa: aquella clase de oro ha sido sustituida por un plantel de listos y oportunistas. En política, “tecnocracia y populismo” se amalgaman agrisando un panorama ante el cual parece más necesario que nunca acercarse de nuevo a las fuentes del conocimiento. Hay que regresar a los aforismos de Leonardo, a los pensares de Montaigne.
La velocidad de nuestro tiempo impide comprender el sentido original de la palabra: abrazar, ceñir, rodear por todas partes algo, lo tomo prestado de Pablo Raphael. “Huérfanos de ideales”, debemos de aspirar de nuevo a que los mejores, los más sabios, no sean expulsados del sistema si queremos recuperar la virtud, o sea, la verdadera excelencia.
Hoy somos maltratados por la incompetencia. En suma, los riesgos de una crisis internacional mayor no solo no se disipan, se profundizan. Como recuerda la historiadora Margaret MacMillan a un siglo de las conferencias de paz de 1919, mantener la paz –la prioridad en el sistema internacional– requiere más que buenos deseos o ideas; implica voluntad y determinación.
Desafortunadamente tanto las primeras características como las segundas son escasas en el mundo de hoy, en el que los líderes están más ocupados con beneficiarse de la inestabilidad y de las tentaciones, sin reparar en sus costos. Todo ello, por la falta de preparación de muchos actores que arrastran de forma peligrosa una disolución social que, a mi criterio, debe ser bastante preocupante, generando un caos de pensamientos y formas institucionales.
GOTITAS DE AGUA:
Contrario a los deseos que expresamos por optimismo o simplemente cortesía, 2022 estalla con muchos nubarrones. Hay conflictos internacionales irresueltos o latentes que podrían reactivarse o deteriorarse más, como el de la península coreana, la guerra en Siria o Ucrania. Otros peligros se relacionan con la descomposición del sistema internacional, que se ha vuelto más inestable, menos predecible y más peligroso en los últimos diez años, por los reacomodos que ocurren en los países más influyentes.
Hoy instalado en palacio nacional el comunismo, veremos una gran caída en la iglesia católica romana, una posible tercera guerra mundial donde los rusos y los estadunidenses chocarán de frente como caballeros templarios hacia los asiáticos.
Vivimos ante un cambio donde las juventudes se erosionan mediante la tecnología. De todos estos temas hablaremos más adelante en otra de mis entregas.
México opta por una conducta emocional y no racional en relación al retroceso acelerado de las democracias, la erosión del Estado de derecho y de las garantías a los derechos fundamentales, así como la pérdida de confianza sigue siendo apócrifa e inevitable ruptura de pensamientos e ideologías puras, que simplemente forman parte de una mentira social inoportuna hacia una sociedad hiperinformada. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos Mañana”…