La aldea de Armando Camacho Aguilar

Las posiciones políticas son diferentes respuestas a problemas del orden y del tiempo. Cuando el poder sirve para acumular riqueza por encima de una responsabilidad pública, lo único que erosiona es la credibilidad no solo del alcalde en funciones, Armando Camacho Aguilar, sino del grupo acotado que forma parte de su administración, en Salvador Alvarado, “tierra santa”.

Casi dos años de zozobra, de inseguridad indómita, de irreverencia política, de silencio en los mismos representantes de oposición del cabildo. Un minúsculo grupo del poder aldeano tiene hecho pedazos el Ayuntamiento de Salvador Alvarado, todo mundo calla, el mutismo se vuelve más recurrente y las traiciones en la actual administración son el pan de cada día. Por ahí reza un dicho muy popular, “de las torres más altas han caído”. No se dan cuenta que la vida pública es transitoria.

Armando Camacho Aguilar se auto – nomina como un ciudadano sublime acorde a los nuevos tiempos, pero vandaliza un criterio de humildad, en donde su gobierno se dice llamar, “el pueblo manda”. No sabe administrar y gobernar, peor aún, no sabe gestionar para que Salvador Alvarado tenga mayor riqueza en materia de infraestructura, no hay obra pública ni mucho menos privada. En pocas palabras, gobierna solo y con su pequeño grupo que lejos de sumar le restan puntos.

La política del alcalde Alvaradense se mide por una actitud traidora ante el tiempo. Está convencido de que todo lo importante ha sido ya dicho. Los acontecimientos políticos han tenido ya lugar y solo queda el juicio de Dios. Por ello no tiene prisa y hace todo por alentar el tiempo, ya que su reelección se ve cada día más alejada. Se convierte, más bien, en el defensor del Reino en contra de los falsos profetas. Pero su convicción se convierte en indolencia porque el dolor actual y los acontecimientos que destrozan el mundo no poseen, a sus ojos, valor de verdad. Son desviaciones temporales, errores que se pueden enmendar o, dicho con la sangre fría: el verdadero bien aconteciendo a los ojos de Dios, aunque nosotros, criaturas finitas, solo veamos el mal. La acción es para él el caballo del apocalipsis. Su tarea consiste en reprimir toda acción, como si con ello demorara el momento del apocalipsis. En verdad que su mundo es el segundo Paraíso, pero con serpientes rondándolo y amenazando con una nueva caída.

Es por ello que se siente justificado a aplastar a los enemigos y adversarios del orden imperante, aunque a todos ojos se trate de un desorden que defiende con violencia los últimos y caducos símbolos de su gloria pasada. La suerte está echada.

Al final de la historia, pues, uno está justificado para juzgar. Para fusilar. Pero el alcalde de Salvador Alvarado no comprende que el problema de la sociedad no se decide en la militancia. Es ahí donde comienza, pero solo se desarrolla el “día después”, cuando se pasa del furor a la gris administración, donde se toman las decisiones que llegarán hasta las vidas de los individuos y los grupos. Entonces, o niega su ignorancia y deriva la construcción de la sociedad del modelo de la militancia, es decir, de los símbolos, de la contraposición y de la violencia juzgadora, o bien, declara la bancarrota de ideas y se sienta a formularse preguntas. Ese camino lleva a una derrota adelantada.

GOTITAS DE AGUA:

 

El mercado o el juego del lenguaje del alcalde citado, sin tener dirección ni privilegio, dando libertad a los individuos o a los acontecimientos, oscilará libremente y compensará los picos hacia arriba y hacia abajo.

No sabríamos decir, qué dirección debe tomarse, sobre todo porque las posiciones políticas que buscan definirse por contraposición terminan, en verdad, entremezclándose. Parece entonces que una posición justa deberá hacer surgir los problemas fundamentales de las posiciones políticas, antes que sus aparentes diferencias. Quizá podemos decir que las posiciones políticas a las que estamos más o menos acostumbrados: son diferentes respuestas a problemas del orden y del tiempo. Sin comprender estos últimos, seguiremos errando sin piedad. Si no entendió el alcalde, Armando Camacho Aguilar, que busque un asesor y le explique con manzanas, digo, si es que lo tiene. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos Mañana”…

Todas mis columnas en: https://altoparlante.com.mx/sobre-el-camino/.

 

Benjamín Bojórquez Olea

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