La segunda guerra mundial nos enseñó de que están hechos los japoneses y que no es fácil que se doblen ante la adversidad.
Alemania firmó la rendición absoluta el siete de mayo de 1945 en la ciudad de Reims en Francia, entrando en vigor al día siguiente a las once de la noche con un minuto.
Japón siguió combatiendo hasta el 15 de agosto de 1945 y firmó el documento formal hasta el 2 de septiembre.
Para doblegar a los japoneses tuvieron que arrojarles dos bombas atómicas por orden del presidente de Estados Unidos, Harry S. Truman.
La primera el seis de agosto en Hiroshima y la segunda el día nueve del mismo mes y año de 1945 sobre Nagasaki.
Se calcula que murieron más de doscientas mil personas y otras tantas quedaron heridas o mutiladas por esos bombardeos.
México tomo la ventaja de tres a cero por un jonrón del sonorense Luís Urías y por varias entradas se mantuvo el dominio del pitcher Patrick Sandoval que se dio vuelo ponchando a sus contrarios.
Benjamín Gil consideró que el zurdo ya había cumplido y lo sacó del juego. Llegó al relevo nuestro paisano mazatleco José Luís Urquidi que en forma bamboleante logró sobrevivir por corto tiempo. Luego llegaron otros relevistas que permitieron el empate primero y luego que los japoneses nos dejaran tendidos en el terreno.
Jamás se rindieron los nipones a pesar de estar en desventaja por dos ocasiones y en el cierre del noveno inning nos dieron el mate anotando dos carreras.
Tercero, cuarto y quinto bat de japón nos hicieron el daño final que mandó a casa a nuestro aguerrido equipo.
Nada podemos reprocharles a los jugadores mexicanos que dejaron hasta el último suspiro antes de caer ante los poderosos representantes del sol naciente.
Le ganaron a Estados Unidos, a gran Bretaña y a Puerto Rico que era un tremendo trabuco de ligas mayoristas.
Nos brindaron muchas emociones y el juego contra japón fue electrizante y no quité un solo segundo la vista de la pantalla de mi televisor.
Nunca bajaron los brazos los japoneses y en el beisbol no se arrojan bombas para ganarles los juegos.
Un solo detalle llamó mi atención.
Benjamín Gil mandó a un derecho para picharle a los zurdos en esa fatídica novena entrada.
Quizá ya no tenía zurdos para el relevo.
Gozamos infinito con esa actitud del cubano Randy Arozarena, que lo mismo brilló bateando que fildeando y corriendo las bases como venado endemoniado.
Un ejemplo para la juventud y niñez de México.
Se metió de lleno en el corazón de todos los que amamos el beisbol, con esa manera de comportarse dentro del terreno de juego y su empatía con los asistentes a los estadios.
Felicitaciones al equipo de México.
Nos hicieron vibrar de emoción en todos los partidos.
Formidables jugadores.
Hasta mañana.
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