Impunidad gubernamental

Los megalómanos lo son por sí mismos. Tienen imágenes delirantes de sí mismos y así mismos se convencen de su grandeza. La repetición es intencional, se trata de subrayar él a sí mismo para destacar el único viaje posible del pensamiento y propósito del megalómano: desde sí y para sí, origen y destino, cumbre y nunca abismo, acierto y nunca error.

Pedro Arturo Aguirre ha escrito una deliciosa Historia Mundial de la Megalomanía en la que recoge pasajes absurdos, insólitos, indignantes o ridículos de los megalómanos que en el mundo han sido. Lectura recomendable sin duda.

Pero hay algo más del a sí mismo y desde sí mismo en la vida del megalómano lo es desde adentro, pero necesita a los otros, y muchos son, muchísimos los que optan por dar incienso y razón a los megalómanos, culto y adoración, adulación y obediencia.

Sin ellos, los megalómanos le hablarían al vacío, comandarían batallones de fantasmas y contarían entre sus seguidores a los invisibles. Para ellos existen. Son capaces de aplaudir la decisión descabellada, dar la razón a la sinrazón, arrodillarse a su paso cantando loas y enfrentarse a puñetazos o con bombas a quienes difieran.

Los megaespejos y megaaduladores existen en todas partes en las empresas y en el gobierno. Si el gran líder dice una barbaridad lo aplauden y defienden; si los pone a cantar en coro, lo hacen, si los viste de un color, se lo ponen; si dicen que el sol enfría, lo juran y si afirma que a partir de hoy el agua de mar es dulce la saborean.

Sometimiento que para el megalómano es lealtad.

Por eso escalan posiciones altas, las más altas, después del inmortal. Viven de arrullar el corazón del megalómano, de acariciar el suelo que pisa y de inclinar la espalda. Mientras el megalómano está en la cumbre, tienen un sitio asegurado en la cima. No aconsejan, repiten, no piensan, obedecen; no preguntan, asienten; no discurren, acatan; no alertan, halagan.

Las palabras de boca de los actores políticos de nuestro país, pierden sentido y se convierten en una surte de cajones vacíos que son intercambiables según sea necesario. Al parecer, estamos habituados a escuchar, frases que nos hablan de seguridad, justicia y las promesas de que pronto se tendrán mejores condiciones económicas y de salud. Los sexenios transcurren y sus integrantes desfilan como los protagonistas del más grotesco carnaval en el que todo orden se ha invertido y crean sus propias reglas, mientras van hilvanando sus discursos tan huecos que la gente parece escuchar con el beneplácito de la costumbre o la indolencia.

Me sorprende que quizá cambie el tono de voz, el dramatismo con el que profesan las mentiras y las promesas que no se cumplirán. Desde hace algunas décadas podemos tener a la mano las grabaciones de audio y video para analizar el dramático cambio que sufren quienes alguna vez fueron candidatas y candidatos al tomar posesión de sus nuevos cargos.

Sin hacer mayor énfasis en quienes reciben su sueldo como pago a su patriótica labor de fomentar ese lastre con el que ha encallado nuestra historia.

GOTITAS DE AGUA:

 

Considero que cada gobierno va inventando su propio diccionario con las palabras y las frases que satisfacen el oído de sus seguidores, que son el primer mecanismo para recibir los enardecidos aplausos de sus propias huestes. Las acciones pasan a segundo término cuando el discurso y su magnificación son los mejores recursos que se tienen a la mano para encender un festival de fuegos artificiales cuyo único espectáculo es el estruendo. Y la llamada Cuarta Transformación ocupa un lugar de privilegio si se trata de hablar acerca de un discurso que solo detona crispación.

El país es de todos, la lucha por el respeto, la Constitución, la división de poderes, el debido proceso, las instituciones.

La naturaleza de la gente se conoce en los momentos de definiciones. Hay quienes decrecen al castigo, quienes tienen una formación sólida y actúan con coherencia para defender los intereses que representan. También hay quienes se doblan una vez, y otra y otra. Las prisas no son buenas consejeras, pese a lo que predica ese dicho muy mexicano, las prisas guían el último tramo del sexenio. Entre todos los poderes que tiene el Presidente no está el detener las manecillas del reloj. Acá el sol no se queda quieto como en Gabaón. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos Mañana”… 

Todas mis columnas en: https://altoparlante.com.mx/sobre-el-camino/.

 

Benjamín Bojórquez Olea

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