Es escribir parte de nuestra historia.
Amanecí con los recuerdos de Benjamín Bojórquez y no pude resistir la tentación de hacerlos columna.
Nacido en el municipio de San Ignacio y terminado de formarse como joven en el bello puerto de Mazatlán.
Muy inquieto el chaparrito.
Con alcoholes en la panza, me revelaba pasajes de su vida y presumía de ser un soldador de barcos de primera clase.
No me gustaba contradecirlo, pero de cuando en cuando me servían de botana sus relatos y me aguantaba toda la caballería.
Hasta su muerte fue un rebelde.
Me concedió el honor de firmar su testamento a ruego de, por estar incapacitado para esgrimir una pluma.
Perdió su fuerza y vigor, pero hasta el último suspiro su inteligencia permaneció intacta.
Una distinción que jamás olvidaré.
Nos encontrábamos libando nuestras preferencias en el restaurante del Hotel York de Guamúchil, y de pronto, levanta una mano y me dice solemnemente: de los verdaderos amigos, me sobran dedos de esta mano para señalarlos y tú eres uno de ellos.
No lo esperaba y me sentí inmensamente agradecido.
Fuimos grandes amigos y compañeros.
Horas antes de morir, relevé a Elsa su esposa en el cuidado de su marido, para que ella pudiera salir a fumarse un cigarrillo y comer frente al Hospital General de Culiacán.
Con el corazón destrozado, abandoné el hospital sabiendo que sería la última ocasión que lo vería con vida.
Le tomé la mano y se la apreté suavemente y al modo me despedí con una de nuestras habituales pendejadas.
Apasionado jugador de dominó y hasta pensaba que era el mejor de la región del Évora.
Nadie quería hacerlo perder y soltaba sus reniegos en contra de los que lo hacían pagar a los contrarios.
“Nomás cuando juegan conmigo hacen sus pendejadas”
Era una retahíla de improperios y soltábamos la carcajada con sus exabruptos.
Nunca aprendí a jugar dominó.
Mientras no se completaba el cuarto me sentaba temeroso de mis burradas y con mucha suerte por cierto.
Nunca me insultó Benjamín.
En realidad fuimos grandes amigos.
Jamás lo olvido.
Lo recuerdo día a día y me solazo con las vivencias que pasamos juntos.
Pinche benjamín.
Me privaste de tu amistad con tu partida.
Claro que nos encontraremos cualesquier día.
Voy retrasado en el viaje, pero el tren ya viene pitando y me subiré con el gusto de volver a encontrarte.
Hasta mañana.
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