El 22 de noviembre de 1963, en punto de las doce horas con treinta minutos recibe un disparo en el cuello y el otro le atraviesa el cráneo.
Dallas, Texas, la ciudad donde ocurrieron los trágicos hechos.
Lee Harvey Oswald y Jack Rubi se convirtieron en los personajes de la increíble trama del magnicidio.
El primero como el presunto asesino del presidente y el segundo como el matón que disparó a quemarropa sobre Oswald.
Jamás han aclarado el motivo y quién o quiénes dieron las ordenes que enlutaron a nuestro vecino país.
Antes de su asesinato, poco sabía de lo que ocurría en la política de los Estados Unidos y tampoco de la de México.
Se van a cumplir 60 años de la tragedia y seguimos con el misterio.
Luego nos enteramos que era el presidente más joven y que tenía como su afición favorita ser galán de las mujeres famosas y bellas de sus tiempos.
Murió en brazos de su esposa.
Muy bella Jacqueline y de una personalidad impresionante.
Por los rumbos de los güeros no se tientan el corazón para quebrarse a los presidentes que estorban.
Nosotros dejamos atrás esas barbaridades.
Después de Álvaro Obregón todo volvió a la calma.
Y queremos que nunca vuelva a repetirse la historia.
Luís Donaldo Colosio no era presidente y por tanto no entra en la calificación de magnicidio.
Pero nos llenó de pavor y tristeza.
No pienso borrar de mi memoria la muerte de Kennedy.
Mucho menos dejar de llorar lo de Luís Donaldo.
En su memoria votamos por Ernesto Zedillo Ponce de León.
¿Por qué mataron a Kennedy?
La posible respuesta es que era un estorbo.
Nunca se aclaró a quiénes benefició ese magnicidio.
Luís Donaldo pateó el pesebre.
En el pecado llevó la penitencia.
El que ordenó su muerte no era un cualquiera.
Siempre hay poderosos que hacen lo que les viene en gana.
Kennedy estorbaba y Luís Donaldo también.
Nos quedan sus trágicos recuerdos.
Y la historia jamás estará completa.
“Nadie es tan poderoso para escapar de otros que también son poderosos”
Hasta mañana.
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