Desde el púlpito presidencial…

Decía en entregas anteriores que uno de los aspectos más fuertes que ha sostenido al presente gobierno es el manejo de la información, y una de las constantes es la facilidad con la que se articula el absurdo. Ya no hay lugar a la sorpresa cuando a lo largo de este sexenio se ha manejado una estrategia de comunicación que sería muy cómica.

Nadie habla, difícilmente se atreven a romper con el guion que se dicta desde esa tarima colocada en el Palacio Nacional y que se ha convertido en la única fuente en donde se habla acerca de los “logros” y virtudes de la actual administración.

Discutir si la famosa “conferencia mañanera” es un verdadero ejercicio de información ya resulta una perogrullada. Su único objetivo es imponer una visión del mundo en el que no se ponga en tela de juicio su administración. Resulta claro que la realidad se ha encargado de contraponer sus rostros a lo que solo son palabras y una tendenciosa interpretación de las estadísticas. El día de hoy poco se atreverían a escatimarle méritos a este mecanismo de propaganda más que de información. Pero, por si esto fuera poco, ha llegado el momento en el que la maquinaria de esta forma de comunicación y cada uno de sus engranajes se aceiten, afinen sus movimientos y consolida en la eterna campaña que desde sus inicios ha mantenido esta administración. Sin embargo, serán los hilos más frágiles los que se romperán con simple facilidad.

En medio de esta jugada de “tres bandas” se encuentra una sociedad que, históricamente, no tiene un buen vínculo con la información. Lo cual ha sido bien explotado por cada generación de políticos desde hace varias décadas. Así, la llegada de esos nuevos “coordinadores” y todo su aparato de comunicación, en el que se incluye a sus principales juglares mediáticos, levantarán esas nubes de polvo que terminarán por sumarse a ese esfuerzo gubernamental por dejar de observar y analizar la realidad de nuestro país, que está más allá de una cómoda y previsible interpretación de sus números.

En otro orden de ideas, cuando el papa Juan Pablo II en su primera visita a México, ofició misa en Catedral, resurgió el grito de ¡Viva Cristo Rey! Hoy esos tiempos parecen haber quedado atrás, a decir del historiador francés naturalizado mexicano Jean Meyer. Es un buen momento para que analice su libro ya clásico, La Cristiada, a medio siglo de aparecido. Eso hace, al tiempo que evoca cómo lo fue documentando y enamorándose del país.

Y rememora la gran lección laica del presidente Lázaro Cárdenas del Río que puso fin al cruento episodio. ¿Los mexicanos ya nos reconciliamos con ese pasado? “Muchos sí”, responde.

En un ambiente “de calma en el campo religioso”, sin conflictos entre el Estado las organizaciones de culto, el historiador Jean Meyer celebra el 50 aniversario de la primera aparición, en 1973, de su larga y detallada investigación La Cristiada, que recoge uno de los episodios más cruentos en la historia de México.

La guerra fratricida (1926-1929) entre campesinos y clases populares contra el gobierno recién emanado de la Revolución Mexicana, con la religión católica como motor principal al grito de “¡Viva Cristo Rey!”.

Los conflictos, de alcance internacional, comienzan en el gobierno de Calles, y así lo relata Meyer en las primeras páginas del libro, publicado por Siglo XXI Editores: En 1925 el presidente Plutarco Elías Calles, gran estadista, fundador de las instituciones económicas y del sistema político del México moderno, se deja llevar al pantano (la expresión es de Álvaro Obregón, cuando lo pone en guardia por escrito) de la guerra religiosa por su sindicalistas, que pretenden crear una Iglesia católica, apostólica, mexicana, una Iglesia cismática, quizá sobre el modelo soviético de la contemporánea “Iglesia viva”. El intento fracasa, pero moviliza a los católicos cuyos elementos más radicales se agrupan en una Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa. El gobierno, a su vez, sube las apuestas y reglamenta los artículos constitucionales, denunciados por la Iglesia: la famosa “Ley Calles” (en vigor desde agosto de 1926), que entre otras cosas obliga a los sacerdotes a registrarse ante Gobernación y sus equivalentes estatales.

Roma, teniendo a la vista el ejemplo soviético, teme que el gobierno otorgue el registro de preferencia a los cismáticos y que las autoridades fijen el número de sacerdotes en cada estado de la República. En respuesta, la curia prohíbe a los obispos mexicanos acatar aquella reglamentación, los obispos (divididos, por cierto, suspenden el culto público el 31 de julio de 1926). El gobierno responde prohibiendo el culto y la administración de los sacramentos en casas particulares y cierra por un tiempo las iglesias para levantar los inventarios correspondientes.

A cien años de los sucesos Jean Meyer considera que la reedición conmemorativa llega en un momento de calma, sin conflictos entre las religiones y el Estado, además, ya no prevalece entre ellas la católica sino que hay muchas familias de protestantes, comunidades evangélicas, testigos de Jehová, mormones, la Luz del Mundo, la comunidad judía, la pequeña comunidad musulmana, en Torreón inclusive hay una mezquita, y en los Altos de Chiapas han surgido comunidades indígenas convertidas al Islam.

Como la Ilíada (de Homero), es la historia de una tragedia, como la caída de Troya, la tragedia de los cristeros abandonados después, olvidados y perseguidos, es una palabra a la vez popular y culterana: Muy bien, dijo Orfila, La Cristiada.

GOTITAS DE AGUA:

A decir del historiador, las buenas relaciones entre Estado- Iglesia que se han dado años después, en los sexenios de Carlos Salinas de GortariVicente Fox, e incluso del propio López Obrador, no significan un atentado a la laicidad del Estado mexicano.

La lección de Lázaro Cárdenas, su lectura y por eso llega a la paz, deja una herencia: que el Estado no se meta en asuntos religiosos y que la Iglesia no se meta en asuntos políticos, y santa paz.

En su opinión, si la Compañía de Jesús reclama justicia por sus sacerdotes asesinados, no es meterse en política, como tampoco lo es que la Conferencia Episcopal publique una carta pidiendo caridad y buen trato para los migrantes, por mucho que pueda molestarse el gobierno. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos Mañana”…

Todas mis columnas en: https://altoparlante.com.mx/sobre-el-camino/.

 

Benjamín Bojórquez Olea

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