Es relativamente fácil llamar la atención del público con gritos desaforados y construcciones lingüísticas disruptivas, para nombrar generosa aunque eufemísticamente a los sofismas.
Lo consigue el vendedor de productos milagrosos a la entrada del Metro o el prestidigitador que llegó a la feria del poblado, decidido a ‘despeluchar‘ durante el fin de semana a todos los visitantes de la comarca.
La gracia del ‘merolico’ (o quizá deba nombrarlo ‘el pregonero comercial ambulante’, aplicando un eufemismo de corrección política y evitar así el ‘clasismo’), se sustenta en buena medida, en su capacidad para ser innovador, diferente, a la hora de presentar su prodigioso producto comercial… ser ‘disruptivo’ hasta cierto punto.
“Disruptivo el discurso de fulano de tal”, dijera un adulador cualquiera del político que habla, escondiendo prejuicios ancestrales y hasta dogmas de fe, que no ha sido posible desagregar del decimonónico ‘Manual de Carreño’ y sus recomendaciones para argumentar de acuerdo a la retórica de las buenas costumbres.
Sin embargo hay formulismos y entelequias discursivas en la clase política -de ayer y de hoy- de las que ningún político mexicano escapa, por más ‘disruptivo’ que quiera ser… y ya ni se diga por más revolucionario y honesto que pretenda.
Hay un concepto que está muy presente en nuestros días, sobre todo en los activistas y promotores de la autoproclamada “Cuarta Transformación”, que se volvieron autoridades en los últimos meses, incluyendo por supuesto al propio Presidente de la República: el ‘clasismo’, al que combaten inmisericordemente con palabras, frases hechas, formulismos y lugares en común de la verborrea argumentativa de eso en lo que ha derivado el materialismo histórico en américa latina, durante las ‘luchas’ urbano populares y campesinas, que tuvieron por objeto el arribo al poder de políticos ambiciosos, sin formación académica adecuada y sin convicción;… que lo mismo fueron comunistas que populistas y procapitalistas, durante el desempeño de sus gestiones administrativas, como durante sus habituales arengas a la población.
Así se tuvo, por ejemplo, a un Juan Velasco Alvarado en Perú (1968-1975), quien tras llegar por la vía del golpe de Estado militar a través de una Junta de Gobierno, que es, dicho sea de paso, la llave de acceso al poder más violenta y abominable de las derechas latinoamericanas y del mundo en general; que gobernó con el señuelo de un discurso pletórico de conceptos y acciones socialistas, fortaleciendo incluso -deliberadamente- al viejo Partido Comunista del Perú (PCP); sembrando la semilla para que florecieran la Unidad Democrática Popular (UDP), la Unión de Izquierda Revolucionaria (UNIR) y una década después incluso desempolvando el viejo proyecto electoral socialdemócrata, denominado ‘Apra’, por el que llegaría al poder el desaparecido y carismático Alan García, quien no por carismático dejaba de ser demagogo.
Otro caso por demás preclaro del uso y abuso del discurso demagógico en políticos latinoamericanos, que han alcanzado la cima de la popularidad por la vía del ´populismo´, fue el caso de Juan Domingo Perón y su partido Justicialista en Argentina; fue tres veces presidente y quien es pertinente analogía también, para el caso que nos ocupa: (1946-50; 1951-55 y 1974-75).
Perón, uno de los fenómenos de la popularidad que por tal, es referencia al estudiar el siglo 20 en América latina, junto a su esposa Eva Perón, tuvo notables claroscuros y también hizo y abuso de la demagogia y llegando al grado de prostituir algunos conceptos propios del discurso demagógico, como ese del “clasismo”.
Al llegar al poder y tras haber sido Vicepresidente y hasta Ministro de Guerra en plena conflagración mundial (1944-45) -donde se especula tuvo una intensa comunicación con las potencias del eje, especialmente con la Alemania de Adolfo Hitler– llega por fin a su primer período como mandatario argentino en 1946 bajo la fachada de ese partido llamado ‘Justicialista‘ que se desprendía de una ardiente lucha por la ‘justicia y la reivindicación del pueblo argentino’ y sí, teniendo un desempeño relativamente aceptable los primeros dos años en que impulsó políticas que promovieron la industrialización, la expansión del mercado interno, la sindicalización de los trabajadores y la ampliación de derechos políticos, laborales, culturales y sociales.
De hecho, la proclama de los derechos de los trabajadores, que pretendía precisamente luchar contra una histórica ‘sociedad clasista argentina’, que privilegiaba a los dueños de los bienes de capital y no a los simples dueños de ‘su fuerza de trabajo’… se concentraba en diez derechos básicos: el derecho al trabajo, a una justa distribución, a la capacitación, a condiciones dignas de trabajo y de vida, a la salud, al bienestar, a la seguridad social, a la protección de la familia, al mejoramiento económico y a la defensa de los intereses profesionales.
Como se puede observar, los últimos tres derechos son comunes a las aspiraciones de cualquier clasemediero aspiracionista del mundo de nuestros días… no son precisamente parte de una proclama marxista; son parte de esa gran contradicción ideológica que fue el justicialismo peronista, un hábil político que -convenientemente- hizo uso y abuso de la retórica para convencer a las masas y llegar al poder, lo cual es legítimo y hasta comprensible, pero no debe soslayarse al momento de estudiar la historia y en ocasiones, como sucede en México, al momento de estudiar el presente.
” …derecho a la protección de la familia, al mejoramiento económico y a la defensa de los intereses profesionales”… ¿Que seguiría en ese orden… derecho a la propiedad privada y a la certidumbre jurídica del mercado?… lo cual no hubiera sido nada malo… pero sí, totalmente incongruente en la taxonomía de la historia política de la ideología.
Así pues, antes de que terminara su primer período de gobierno, el gobierno de Juan Domingo Perón habría de mostrarse con otro rostro; como dicen algunos detractores, quizá con su aténtico rostro, el represivo e incluso uno de notable influencia ‘clasista’.
Aunque se asumía con una definición socialista, pues su origen se sustentaba en un movimiento sindicalista, el Justicialismo, una extraña mezcla de socialdemocracia, laboralismo y fascismo, fácilmente entró en contradicciones.
Pronto le dio por tratar de controlar el proceso inflacionario con denuedo (¿Le suena esto, amable lector?).
Sus llamados urgentes al capital extranjero con el propósito de desarrollar la industria pesada argentina y su Segundo Plan Quinquenal, fueron motivo de polémicas y atrajeron muy rápido las críticas opositoras.
De hecho, el ‘Peronismo’, movimiento cívico -militar en lo que derivó el Justicialismo a la caída de Perón en 1955- tuvo secuelas desastrosas en Argentina.
Se le llamó incluso la “Dictadura Peronista”, aunque se autodenominó la “Revolución Libertadora”, aunque popularmente fue conocida como la “Revolución Fusiladora”. Fue en sí, una dictadura cívico-militar que gobernó la República Argentina tras derrocar al presidente constitucional Juan Domingo Perón, clausurar el Congreso Nacional, deponer a los miembros de la Corte de Justicia de Argentina, enrtre otras lindezas.
Y así, en la historia y en la actualidad y muy probablemente en el futuro, el común denominador en el comportamiento de la mayoría de todo individuo hambriento de poder y notoriedad, siga siendo el mismo: la incongruencia entre el decir y el hacer; los “bandazos ideológicos” que con frecuencia dan (en México hay un deporte muy practicado de hecho, se llama “Chapulineo”) y esa forma de prostituir el lenguaje, tomando términos, enunciados, refranes y aforismos, a los que desgracian por generaciones, dado que tergiversan su concepto y su intencionalidad.
El caso de ‘clasismo’ es uno de ellos; sin descuidar el binomio que forma con el sustantivo ‘hipócrita’: ‘Hipócrita-Clasista’, es el término acuñado por el presidente mexicano López Obrador, para referirse a sus opositores ideológicos; ‘fifís’ y ‘aspiracionistas’… ‘racistas’, incluso les ha endilgado a muchos de sus críticos y detractores.
Y es que según la liturgia del comunismo, este se define como la doctrina política, ideológica y social, que defiende una organización social legalizada y legitimada (régimen), donde no hay propiedad privada… ni clases sociales.
En el país y el mundo que construye la 4 T actualmente para los mexicanos, quizá no deberían existir personas que, aunque con su dinero obtenido o poseído legítima y legalmente, por medios lícitos, prefieran tener su vivienda en San Pedro, Nuevo León o en Interlomas de Huixquilucan, Estado de México.
Mucho menos en la zona de Polanco, donde su enemigo favorito, el periodista Carlos Loret de Mola tiene un bello y confortable apartamento, producto de sus décadas de trabajo, en el que empezó ‘correteando la noticia a golpe de calcetín’.
Loret de Mola tiene un oficio; por su preparación, está elevado al rango de profesión… y dentro del universo de todos esos profesionales, Loret es uno de los buenos periodistas. A Carlos Loret se le conoce… y se le reconoce por su oficio, en el terreno de la información. Pero para la óptica presidencial y sus cortesanos… sólo es un privilegiado.
Sin embargo sí es muy válido y muy loable, plausible incluso, que se pueda vivir en una lujosa de mansión de una zona privilegiada de Houston, Texas, sin haber tenido en su vida el mínimo de los esfuerzos para prepararse profesionalmente o trabajar durante décadas dominando un oficio, como la inmensa mayoría de mexicanos que se tiene que levantar muy temprano a luchar por la vida, para ganarse una oportunidad simplemente en muchas de las ocasiones.
Eso sí es muy digno seguramente… que ‘por la condición estética, atlética de uno’, una bella doncella lo despose y comparta las mieles del amor y del éxito financiero, sobre cuando éste llega súbito, en un medio tan competido y tan difícil como el de la industria de los hidrocarburos y en un estado (y en un país) como Texas, EEUU, donde ‘casi no hay competencia’, ni regulación jurídica en esas áreas de la industria… francamente es admirable. Triunfar de ‘buenas a primeras’… en grande y rápido.
Eso… eso no es ser un privilegiado, simplemente es… ser hijo de un Presidente en México.
No cabe duda, las cosas no cambian en este país; están igual… o peor.
El tráfico de influencias, el influyentismo, el favoritismo… y todos los grandes males con los que se ha llenado la cavidad bucal durante sus discursos de adoctrinamiento en las mañanas criticando a sus oponentes y detractores, se quedan cortos Andrés Manuel.
Nomás falta que pretenda en estos dos años y medio, castigar a la población mexicana con medidas que tiendan a colectivizar la vida.
Hay indicios de que intentará sembrar su ‘esperpento’ de política pública, en áreas como la educación.
Ya volvió a centralizar el mando y la nómina de los profesores del país, con un simple y escueto comunicado de Twitter, emitido la tarde de este martes. Lo que sigue probablemente es hacer el anuncio formal de que ‘se acaban oficialmente los grados y las calificaciones en el nivel de educación básica’, donde el docente calificará seguramente en base a ‘aptitudes adquiridas según su personal criterio y de conformación a la maduración del alumno’.
Con esto, ya no habrá ni dieces, ni cincos, ni reprobados… será el clásico ‘ocho general’ para todo el grupo, el nueve es para el ‘profe’… y el diez para el que hace el libro… Clásico razonamiento del ‘grillero huevón’… mediocre.
La clásica política de favorecer el famoso ‘trabajo en equipo’ que lo único que fomenta es la formación de mexicanos mediocres, donde solo uno o dos de cada cinco son los que trabajan y aprenden, pero tres o cuatro ni trabajan ni aprenden y son los recipiendarios del ‘ocho’ que no merecen, ni los estudiantes de excelencia, tampoco merecen, pues sí pueden merecer el diez, ¿porqué no?… si lo que se califica es el nivel de aprovechamiento, no el nivel de conocimiento en la materia.
Una política pública que, como todas las de la 4 T, multicitada y célebre, sólo sirve para … ‘normalizar la mediocridad’.
Con estas políticas, se puede entender ahora cuál es la justificación que tienen para con los narcotraficantes y criminales en general que, aunque deban vidas y su “trabajo” sea el más peligroso para el género humano de todo el espectro social, pues son no solo tolerados y aceptados en sus actividades delincuenciales… sino hasta ensalzados desde el plano público.
De nada sirve pues, observar la ley y ser un ciudadano respetuoso de la misma.
Siempre ha habido clases, niveles, entre los seres humanos. Eso no lo determina ni Usted que amablemente lee estas líneas, ni mucho menos quien las escribe. Es la naturaleza misma de la humanidad y de sus procesos de desarrollo.
Reza el enunciado cristiano… “Somos hechos del mismo barro… aunque de diferente molde”... por supuesto.
La superación humana, individual o grupal, es un concepto ligado a la evolución misma del ser humano.
El Gólem, aludido por el propio Jorge Luis Borges en uno de sus inmortales legados al mundo, es el arquetipo de hombre que Dios quiso, quiere y querrá siempre que haya sobre la faz de la Tierra, dicho sea en términos metafóricos.
Ese Gólem tiene que representar cabalmente la omnipotencia y la omnipresencia del Creador sobre esta Tierra que nos ocupa, además de expresar su propia misericordia con sus hechos y con sus actos, públicos y privados. Ese Gólem de la tradición hebrea, materializado en una figura humana hecha de barro, que vino a salvar al pueblo judío y consecuentemente a la humanidad, es nuestro modelo mental, permanente e imperenne, de la buena conducta y la armonía interpersonal, de la paz y el orden público. Del respeto y el amor al prójimo, del temor a esa fuerza sobrenatural desconocida, pero indiscutiblemente latente, presente.
El Gólem es la personificación del perdón, de la tolerancia y de la paz.
El Gólem es la más pequeña y débil de las criaturas de nuestro género; es nuestro hermano con capacidades diferentes quizá, a quien debemos cuidar y proteger de forma especial, porque es el único que puede comunicarse de forma franca y directa con Dios, en su lenguaje de bondad e inocencia. Por eso, la humanidad entera es el Gólem de Borges… por eso yo amo a todos mis congéneres, a todos mis hermanos, porque aunque diferentes a mí, con atributos y personalidades distintas, de edades diferentes a la mía y con oficios y afanes también diferenciados de los míos, todos integramos ese conjunto amorfo y diverso que se llama humanidad.