= Tras la aprehensión de Ovidio Guzmán
= Jueves Negro, quizás peor que en 2019
= Ciudad sitiada y con toque de queda
= Confía RRM: “ya volvemos a la normalidad”
Ni en el peor momento de la pandemia por Covid-19. Ni cuando el Jueves Negro del 2019. Ni tan siquiera tras la última aprehensión del Chapo Guzmán.
Nunca, desde que radico aquí en Culiacán (a partir de 1966) había sido testigo de un panorama similar, tras un imprudente y audaz patrullaje, para corroborar, de manera directa y personal, lo que nos decían los medios de comunicación, una vez confirmada la noticia de la detención de Ovidio Guzmán López, clasificado por el propio Secretario de la Defensa Nacional como “el jefe de los menores”, incrustado dentro del terrible cartel del Pacífico, cuya sede principal está aquí, tristemente.
Quienes hicieron lo propio, no me dejaran mentir: cuadras y más cuadras, glorietas y puentes, vialidades, calles y avenidas habitualmente congestionadas de tráfico peatonal y vehicular -como la Alvaro Obregón, por ejemplo – sin un solo auto por kilómetros, sin una sola alma y con un silencio que taladraba el oído. Lo que se llama, literalmente, una ciudad fantasma, al tipo de la excepcional obra de Juan Rulfo.
Un Culiacán sin su bullicio y su caótica circulación vehicular; sin escuelas primarias, ni secundarias, ni de bachilleres, ni profesionales, públicas y privadas; sin gasolineras, ni bancos; sin centros comerciales, ni tiendas de conveniencia, ni tan siquiera la clásica tiendita de la esquina; sin farmacias, ni restaurantes, ni gimnasios, sin puntos de recreo o diversión, sin oficinas, ni fábricas. Absolutamente todo cerrado, excepto los hospitales. Desde el alba y al caer la noche y sin la precisión de que si el viernes las cosas serán mejores o bien la extensión de otro dramático Jueves negro, parecido -aunque con una diferencia sustancial – al del 17 de octubre de 2019.
Ya con las primeras sombras de la noche, la percepción de nuestra gente, no era mejor a la de horas anteriores. Temor manifiesto a lo que ineludiblemente debemos enfrentar el día de mañana.
Todo esto como respuesta al llamado procedente desde el tercer piso del Palacio de Gobierno, de donde vino la orden para suspender todo tipo de actividades oficiales, con la recomendación para que la iniciativa privada hiciera exactamente lo mismo, con la única finalidad de proteger a la población, frente a la esperada reacción de la llamada delincuencia organizada, al divulgarse que uno de los “jefes de jefes”, quizás el más joven de todos, había caído, al fin, en manos de la justicia.
Ovidio Guzmán López, el mismo que ya había sido capturado aquella tarde de jueves 17 de octubre de 2019; pero liberado prácticamente de inmediato, por indicaciones del presidente Andrés Manuel López Obrador, para impedir un espeluznante baño de sangre sobre la ciudad de Culiacán.
Ahora no hubo orden de abortar el operativo en la zona de Jesús María (30 kilómetros al norte de Culiacán, en las inmediaciones de la presa Adolfo López Mateos) realizado de manera conjunta por el ejército mexicano y la guardia nacional -con el apoyo posterior de las fuerzas policiacas locales – al mismo tiempo que el jefe del Poder Ejecutivo Federal encabezaba su acostumbrada conferencia Mañanera, sin dedicar más de ocho palabras a lo que se vivía en esos momentos en Culiacán: “hubo un operativo; más tarde tendrán la información”.
Para entonces, ya la reacción de las células delincuenciales se sufría en todo su esplendor: enfrentamientos y balaceras en distintos puntos de la ciudad; secuestro de unidades móviles -lo mismo autos medianos que camiones de pasajeros y hasta tráileres-; toma de casetas de peaje en las carreteras hacia Culiacán; autos incendiados y bloqueo de vialidades tanto en la nuestra como en otras ciudades de la entidad y para entonces ya el pánico colectivo estaba presente en todos los hogares de la comunidad.
Afortunadamente, el llamado del gobernador llegó a tiempo y quienes dudaban sobre emprender el camino a sus centros de trabajo, tuvieron la certidumbre de que la mejor idea era quedarse en casa, sin temor a las represalias del sector patronal, que también se solidarizó con la convocatoria del jefe del Ejecutivo Estatal.
A la hora del corte, el balance era desalentador:
Un total de 6 personas fallecidas -entre ellas un militar de alto rango, sus cuatro escoltas y un elemento de la Guardia Nacional -; 29 lesionados (entre civiles y elementos de los cuerpos policiacos); 250 unidades móviles despojadas a sus propietarios e incendiadas la mayoría de ellas; daños a estructura pública y vías de comunicación; saqueos a algunos comercios; intento de motín en la penitenciaría de Aguaruto y pánico generalizado.
Paralelamente a ello, cierre total del aeropuerto internacional de Bachigualato -luego de ataque a balazos a un avión de AeroMéxico y a otro de la Secretaría de la Defensa Nacional – y suspensión de corridas en la principal terminal de autobuses, lo que incomunicó a Sinaloa con el resto del país. A manera de prevención, sucedía lo mismo con las terminales aéreas de las ciudades de Mazatlán y Los Mochis, así como con sus respectivas centrales camioneras. Mucha gente varada, lamentablemente.
Y si, Culiacán fue una ciudad fantasma en este nuevo Jueves Negro, que ya pasa a la historia como una de las fechas más tristes en la historia de la capital de Sinaloa.
Y es que la tristeza es precisamente el primer sentimiento que aflora en la piel, cuando se es testigo de hechos como los reseñados, además de coraje, rabia e impotencia, al corroborar que esta es nuestra cruda realidad y una confirmación de lo poco que se puede hacer ante la delincuencia organizada, con rodo y que de manera recurrente nos digan que no hay poder mayor que el del Estado Mexicano.
Acontecimientos desarrollados apenas cuatro días antes de la visita a México del presidente Joe Biden, lo que mueve a todas las suspicacias habidas y por haber.
Aquí, en Sinaloa, cada gobernador, sin excepción, atraviesa por un evento similar a lo largo de su mandato. Le tocó a Quirino Ordaz Coppel, con el primer Jueves Negro; a Mario López Valdez; a Jesús Aguilar Padilla, con el asesinato de otro hijo del Chapo Guzmán; a Juan Millán, con los hechos en la explanada de los cinemas; a Renato Vega Alvarado; a Francisco Labastida Ochoa. En fin.
A Rubén Rocha le tocó demasiado temprano. Ojalá y no reseñemos uno más de aquí hasta el 2027.
Ojalá.
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