Sobre el Camino

Entre atajos sin respuesta

Hay frases e ideas que te sacuden y se te quedan reverberando en la cabeza. Me pasó hace tiempo leyendo un libro de Bernardo Mabire: Políticas culturales y educativas del Estado mexicano.

Aquí la cita: “la paradoja central del país se resume en que la organización política que lo salvó de desintegrarse era la misma que inhibía su pleno florecimiento”.

Difícil al ponerlo mejor y más claro. He ahí nuestro dilema medular desde hace más de un siglo: la urdimbre política que nos permite ser país, es, simultáneamente, lo que no nos deja florecer. Algo así como una soga que te salva de naufragar, pero no te permite nadar con la potencia de la que serías capaz o como un respirador que te mantiene con vida, pero te impide volar.

La cuestión hoy y desde hace ya tiempo es que esa forma de mantenernos juntos, misma que ha sido el soporte de la gobernabilidad del país más allá de cuál, partido político nos gobierne, se ha ido volviendo cada vez más limitante y menos posibilitadora. La crisis que vive México actualmente es producto de la exacerbación acumulada de las tensiones internas de esa fórmula política fundante.

Las crisis no nos son especialmente novedosas, pues como bien sugieren la cita de Mabire, son parte constitutiva de nuestra existencia como colectividad. La que enfrentamos hoy, sin embargo, es distinta y probablemente más profunda que otras, pues revela el resquebrajamiento de un modo de organizarnos, ejercer el poder y repartírnoslo, con todo y su imaginario moral, que ha operado como argamasa centralísima de esa colectividad que hemos sido y somos.

El actual presidente de la República advirtió, al hablar acerca del tiempo que resta de su sexenio, que los “dos años que faltan van a ser los mejores”.

Más allá de sus propios datos, en los que siempre halla elementos para continuar dibujando una realidad alterna, en la que todos son logros y triunfos a pesar de lo que se vive día con día en el país, durante este tiempo ha quedado muy claro que el discurso oficial estará más que orientado a explotar aquello que se ha convertido, nadie lo dudaría, en uno de sus principales motores a lo largo de casi dos décadas: el insulto y el ánimo pendenciero que tanto le gusta a sus seguidores y fanáticos casi religioso del llamado “obradorismo”.

Con miras a desacreditar la marcha en defensa del INE, el inquilino de Palacio Nacional hizo gala de su amplio diccionario para señalar a quienes participaron de dicho movimiento. A nadie le sorprendió el uso de los términos que ha repetido, de manera sistemática, aún antes de que llegara al poder.

Lo que despierta la atención es el énfasis con el que, de manera reiterada y quizá con un cierto enojo, ha orientado el discurso al terreno que sabe manejar con precisión: el maniqueísmo populista en el que su gobierno se muestra como algo inmaculado, jactándose de aprobaciones históricas y obras faraónicas que, dicho sea de paso, lucen tan inoperante como la rifa de un avión que es paradigma del absurdo.

GOTITAS DE AGUA:

 

¡Cuánto le dolió la marcha al Presidente de la República y sus más cercanos incondicionales! Para un político que se cree el dueño de la verdad, el ver a decenas de miles de personas, de distintos orígenes y formas de pensar, oponerse a una reforma electoral que lo único que busca es concentrar en manos del propio Poder Ejecutivo federal los procesos electorales resultó un desafío inédito.

Así, bajo esa perspectiva maniquea y redentora, se ha descalificado una marcha que tiene como fin hacer patente la confianza que existe en el árbitro electoral ante la propuesta de reforma que ha puesto en la mesa el Ejecutivo federal.

Lo dicen quienes pretenden ser los únicos con el derecho histórico a la protesta y a las marchas; no obstante, detrás de esa iniciativa, también existe la búsqueda de una sociedad que necesita articular su respuesta más allá de los partidos de oposición, quienes, por cierto, a estas alturas requieren de argumentos que los validen ante las próximas elecciones. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos el Lunes”…

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Benjamín Bojórquez Olea

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