Punta de Lanza

Rocha suelta tres proyectiles con fuego

El gobernador de Sinaloa Rubén Rocha Moya lanzó ésta semana TRES dardos envenenados… ¿El destinatario?… Adivínelo el lector.

PRIMER LANZAMIENTO; Dijo el gobernador que en las universidades ya no deben existir los caciques.

SEGUNDO LANZAMIENTO; Este fue una recta llameante que quemó el Home, porque le puso nombre al objetivo, al decir que es indispensable limpiar la UAS para que los Partidos no estén como sanguijuelas chupándole la sangre.

TERCER LANZAMIENTO; Rocha Moya aseguró que durante una plática sostenida con el auditor de la federación Emilio Barriga, éste le comentó estar preocupado por el desaseo observado en el manejo de las finanzas de la Universidad, por lo que prometió revisar esa situación.

Con respecto a ésta metáfora beisbolera, mi hipótesis sería en el sentido de que el bateador en turno, aguerrido y batallador como suele ser, sin duda ha abanicado todos los lanzamientos, pegando de hit a por lo menos uno de los proyectiles.

Es decir, que el jugador no se dobla ante los bravos pitcheos, por lo que sigue envasado, y con evidentes deseos de anotar carrera en su marcador para así seguir en la pelea de éste juego.

Señalar es imprescindible, que CUENta nuestro personaje con un buen coach en las grandes ligas, con quien ha hecho alianza, y en el que precisamente tiene depositadas todas sus esperanzas de no ser eliminado del torneo antes de tiempo.

EL PINO, LOS “PLEBES” Y LOS POLICIAS.

El pino era frondoso, y desde luego obsequioso de la atractiva sombra que nos prodigaba, y que la “plebada” del barrio siempre supimos aprovechar.

Contaba desde luego el gran árbol, con ramas suficientes para el jolgorio y revoloteo de toda clase de aves silvestres, cuyos nidos eran normalmente apedreados por aquella marabunta de plebes cosijosos.

Por cierto, nadie supo nunca revelar la historia del florecimiento de aquel solitario árbol en el solar baldío que se ubicaba en el traspatio de la que fuera mi primera vivienda en el todavía pueblo de Guamúchil durante el primer año de la década de 70s.

El barrio de la Laguna no estaba como para presumir, ya que sus calles eran escabrosas y sus lodos y charcos en los tiempos de aguas las hacían intransitables.

Por esa razón, nada difícil resultaba a los grupos de inquietos, traviesos, y vaquetones chamacos, aprovechar los grandes baches de nuestras rústicas calles para brincar a los camiones repartidores de refrescos y extraerles de sus jabas el producto que ofertaban a los abarroteros de las colonias.

Esa y otras “hazañas” eran cosa en las que todos los días incurría la inquieta y bulliciosa población infantil de aquella colonia popular.
Y fue así como una mañana, como tantas otras vividas en ese populoso barrio, el gran jolgorio se había establecido una vez más bajo la sombra del viejo pino.

Los plebes de La Laguna, desaliñados la mayoría, nos habíamos reunido para un atractivo juego de canicas:

Algunos miembros del nutrido grupo, por carecer de las esféricas bolitas de cristal, solo nos dedicábamos a mirar el juego, entre burlas, comentarios y consejos para los jugadores participantes.

Pero, como en todo juego de niños, los pleitos y desavenencias nunca pueden faltar, ese día el viejo pino sería testigo de una buena pelea.

Un conflicto generado tras una “arrebatinga” en el juego, habían hecho desaparecer varias canicas del “ahogado”, (circulo que se dibujaba en el suelo para depositar dentro de su circunferencia las “catotas” apostadas) hizo que los golpes se hicieran presentes.

“El Chiquitío” uno de los jugadores, tras la revuelta no había llegado a tiempo para recuperar las canicas de su entrada, de ahí que volteaba desesperado y lleno de coraje hacia todos lados, tratando de buscar una pista que lo llevara a encontrar sus preciadas esferitas cristalinas.

Y le llegó una pista; “El cuate lechero” le guiñó un ojo y con la punta de la lengua al interior de su boca, el mitotero presionó uno de sus cachetes apuntando a la figura de “El Tobalío”.

En el acto “El Chiquitío” se lanza en contra del sospechoso, reclamando su “tesoro”.

“Echa mis canicas loco, no le hagas a la burra renga” le gritó el ofendido al presunto ladronzuelo.

Ante el airado reclamo, “El Tobalío” que también tenía fama en el barrio de ser de pocas pulgas, se puso de pie y con el pecho por delante encaró a la parte acusadora.

“Que…que…que tráis “jediondo” gritó el enjundioso miembro de la pandilla de pequeños revoltosos.

El tiro estaba entonces cantado entre dos pequeños guerreros y vecinos del otrora famoso barrio de La Laguna.

Muy pocos fueron los segundos que duró aquel enfrentamiento, ya que “El Tobalío” por ser de complexión física más fuerte y llevar un par de años de edad de ventaja a su rival, pronto lo dejó arrodillado en el suelo y llorando a grito abierto.

Y fue el mismo “Cuate lechero” el que en veloz carrera salió en busca de “El Mata Siete”, hermano de “El Chiquitío” para ponerlo al tanto de la tunda que había recibido el menor de su familia.

La figura del hermano mayor del pequeño golpeado se dejó ver muy pronto; El aviso del mensajero había surtido efecto.

“Allá viene El “Mata” gritó de pronto uno del grupo, haciendo voltear a todos hacia el punto en que el dedo del informante señalaba.

Y en efecto, “El Mata Siete” venía con todas las aparentes intenciones de cobrar la afrenta sufrida por su hermano.

Llega hasta el círculo de la sombra del pino y con grito abierto interroga a los presentes.

¿Quién le pegó al “Chiquitío?.

“Yo le pegué y que pedo con eso “güey”, respondió envalentonado “El Tobalío”.

¿Y por qué le pegaste abusivo?.

“Porque me dio la gana, y qué”.

“Pues yo solo te digo que no le vuelvas a pegar cabrón.

¿Y si le pego otra vez, qué me vas a hacer?, fue el duro reto.

“Pues te voy hacer burla, por pegarle a uno más chiquito que tú, respondió ya apachurrado el fallido vengador ante las risas de los presentes

Este episodio, vivido hace años en mi barrio de “La Laguna” de Guamúchil Sinaloa, donde los protagonistas principales fueron “El Tobalío”, el Chiquitío” y “El Mata Siete”, tienen mucha similitud con algunos hechos que a lo largo de nuestro querido México vivimos en la actualidad.

Me refiero a denuncias de trifulcas y acciones de desgobierno que al observarlas y sufrirlas, obligan a la gente a demandar la inmediata presencia de los cuerpos de seguridad para efectos de que con su fuerza metan en cintura a los sujetos que los originan.

Lo interesante es que, si los protagonistas de los desmanes son de armas tomar, los policías hacen su arribo, y tras dialogar brevemente con ellos se retiran del sitio sin pena ni gloria.

O sea, insisto, son simples similitudes entre un caso y el otro, lo que me hace suponer que no estaba herrado el que inscribió el viejo y conocido refrán…”El miedo no anda en burro”… Nos vemos enseguidita.

Todas mis columnas en: https://altoparlante.com.mx/punta-de-lanza/.

 

Armando Ojeda
Armando Ojeda

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