Los 365 días del año se encuentran en alerta.
Tienen vista de lince para encontrar las pachangas.
Olfatean a distancia los banquetes.
Su sentido del gusto es universal.
Todo escuchan y para nada les afectan las interferencias.
Su tacto es grandioso y con los ojos cerrados identifican el tipo de bebidas que ofrecen en las pachangas.
Uno de mis amigos de Mocorito, me hizo saber una muy buena de los coleros de por esos rumbos.
No puedo dar el nombre de mi amigo y tampoco el apellido del cartel de los coleros de marras.
Así la historia:
A punto de comenzar la tomada, cuando divisan al colero que ya había detectado la pisteada y cerraron la hielera.
Buenos días y comienza con los abrazos y apretones de mano y luego la pregunta de rigor.
¿ya está lista la cheve?
Todavía no, acaba de llegar y viene muy caliente.
“No importa, así pásame una, la voy a agarrar con el paño para
no quemarme la mano”
Contra los coleros no hay defensa.
No paran con las cheves, no se mueven hasta que les sirven guiso o la botana, y por medios que desconocemos, pasan la vibra a sus amigos y en cuestión de minutos un enjambre cae sobre las tinas y hieleras.
Uno de mis ilusos amigos, creyó haber encontrado la manera de librarse de los asaltantes de hieleras y convocó a una reunión con las luces apagadas.
Pasadas unas horas, creyó conveniente prender una veladora y casi se cae para atrás cuando la tenue luz le permitió identificar a diez que no fueron invitados.
Los coleros tienen reglas:
“Dejan de tomar cerveza, cuando aparecen los wiskies”
“Comen hasta que se acaba”
“La mano a la bolsa, solo para sacar el paño”
“festejan las charras de coleros”
“En el llavero portan su destapador”
“No platican de dinero”
“Son los últimos en abandonar el barco”
“En los velorios no duermen”
“Llenan los panteones para acompañar a las hieleras y al cuerpo”
“No contestaré preguntas sobre si conozco coleros en el pueblo mágico de Mocorito”
Y tampoco daré sus nombres.
Hasta mañana.
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