Un pésimo actor de Netflix se encarga de darle sepultura, un severo remate de la historia priista.
No cuesta mucho imaginar la escena. Entran los siete expresidentes del PRI nacional al despacho de Alejandro Moreno, (M)Alito le gusta que le digan. Saludos de rigor, sonrisas de telenovela.
Antes de la visita, su cirujano plástico le dio los últimos consejos sobre gestos, muecas y ademanes. Algo semejante hizo su asesor de imagen. Maquillaje facial y atuendo, todo en orden. Ahí estaban las solemnes figuras del ayer y anteayer.
“Medio siglo de priismo os contempla”, parafraseando al Gran Corso.
Desde Augusto Gómez Villanueva (quien junto con Porfirio aplaudió la matanza de Tlatelolco en el 68), hasta Madrazo, quien engañó a los jueces en el Maratón de Berlín y tuvo que devolver la medalla obtenida al estilo priista.
El jerarca con actitud del cacique gordo de Cempoala, los escuchaba. Rostro augusto, mayestático. Aguantó vara ante el examen severo envuelto en rococó de sus correligionarios.
Con pulida cortesía, al viejo, viejísimo estilo, le dijeron de todo. Cifras, datos, estadísticas, derrotas, acusaciones, grabaciones. Un escenario para llorar. El tema de su renuncia ahí estuvo, quemante. Se quedó en la mesa.
El respondió dominando los nervios y guardando bajo llave su procaz lenguaje que ha inundado los medios en días recientes. Pudo haber sido la respuesta así:
“Miren compañeros, ustedes estuvieron en este sitio, en mi lugar. Y hay algo que no debemos olvidar: ustedes llegaron aquí por voluntad de un presidente de la República. Él los nombró, él los designó. Yo llegué aquí cuando ya no había presidente priista. Llegué conforme a los estatutos, estatutos que ustedes respetan, me lo han dicho, aunque haya quienes no movieron un dedo en todas las campañas recientes…y ni siquiera están al corriente de sus cuotas…”
Y por ahí se fue el alto mando del tricolor. Les devolvió argumentos desde una portería impenetrable, forrada de soberbia y cinismo. Y remató:
“Tomo nota de lo razonable de todo lo que he escuchado, pero quiero que tengan claro: una asamblea me nombró y sólo atiendo ese mandato, aquí estaré hasta concluir el mandato que me fue entregado, no por un presidente, sino por una asamblea priista”.
Cortesías protocolarias y enfilando hacia la salida. Con el rabo entre las piernas, salieron de la oficina del famoso Alito los reverendos integrantes de la gerontocracia priista que infructuosamente intentaron mover una roca.
Un pesado monolito que tiene todas las características de una lápida; loza que, todos coinciden: es un severo remate de la historia priista, hoy inamovible, en caída perpendicular, con severísimas derrotas en cada elección, con discursos vanos, corrientes, ajenos a la realidad.
Conociendo argumentos, personajes y la idiosincrasia de la cúpula tricolor, no es difícil recrear el escenario de la tristísima entrevista.
GOTITAS DE AGUA:
En resumen: los medios habían anticipado una auténtica cumbre, el último intento de rescate, un brusco giro al timón provisto de reflexión, sensibilidad y experiencia. El último suspiro vital de un grupo de notables con autoridad y mando en los gastados cánones del priismo.
Don Alejandro, en su papel de soberano miembro del triunvirato con sus colegas del PAN, PRD, y siguiendo las pautas y batuta del joven oligarca Claudio X. González, mandó por un tubo a sus colegas, les dio trato de oligarquía vacua y añeja.
Lo que anticiparon los medios como un auténtico tsunami, fue sólo el conocido parto de los montes que narra el cuento: un mísero ratón salió corriendo luego del estruendo. Sólo que el cuentecillo retrata, involuntariamente la realidad.
Se multiplican los señalamientos, acusaciones y testimonios hasta formar una montaña con olor a corrupción sobre la figura de Alejandro Moreno.
Lo dicho tantas veces: cuando un problema se deja crecer, sucede igual que con una deuda laaaargamente aplazada, los intereses se acumulan y el costo es impagable. Al final de la pesadilla se avizora la cárcel. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos Mañana”…
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