La carcacha era una “chevroletita” de color tinto con franjas blancas y verdes; A simple vista, tanto la unidad motriz como el chofer se miraban físicamente muy jodidos.
Y es que ambos,- carro y conductor-, mostraban huellas de haber vivido las últimas semanas alejados de los necesarios y elementales cuidados sanitarios.
No había lavado para el carro, ni baño, para el hombre; por esa razón, se puede decir, que ambos se miraban pal´ arrastre.
El modelo de la unidad motriz, según mi criterio, y basado en las condiciones en que se encontraba, tendría que haber sido, ni mucho antes, ni mucho después del año 1958.
Lo interesante es que, pese al humo negro que emanaba de sus escapes, el cual por cierto, se confundía con el polvo que levantaba por las resecas calles de los pueblos, la camionetita seguía circulando.
Portaba el vehículo referido, una bocina que le había sido instalada en la zona del llamado capacete, desde donde fluía la entusiasta, pero muy poco moldeada voz del chofer.
Compro gatos… Les compro sus gatos… Aquí llegó el comprador de gatos, michos, mininos, micifuz, morrongos o morroños, gritaba el tipo del micrófono itinerante.
Y sus preguntas a la población resultaban ilustrativas… ¿Ya le enfadaron los maullidos de los gatos por las noches?… ¿Le volvió a parir la gata, y no sabe que fregados hacer con tanto animal en su casa?… “Ya no se preocupe, yo le traigo la solución, venga y aquí se los compramos”, era su arenga.
Luego, tras algunos resoplidos, proseguía; “Los acepto grandes, medianos y chiquitos, y no importa si es gato o gata.
Necesario y pertinente, me parece enunciar los 25 pesos que el comerciante ofertaba por cada unidad gatuna.
Sobra decir también, que no fuimos pocos los pubertos que ante la algarabía del “compra gatos” corrimos tras el carro “propaganda” en busca de platicar y conocer mayores detalles del negocio.
En una esquina, y bajo un viejo árbol de pino que había crecido a la intemperie en nuestra popular colonia, logramos alcanzarlo.
Ahí, fumando un cigarrillo de la marca ALAS, y descansando su codo izquierdo en la puerta de la “troquita” de color tinto, el MICHO-EMPRESARIO, nos informó que su idea era comprar por lo menos 250 gatos.
“Gato entregado, gato pagado”, fue el compromiso de aquel señor achaparrado, de gafas oscuras, bigote caído, cejas y polacas pobladas, pantalón de gabardina en color desconocido, camiseta blanca de resaque, y cinto de mecate de ixtle.
El buscador de mininos, nos dijo que los animales los quería para llevarlos al norte del Estado de Sinaloa a las plantaciones de caña y hortalizas para que combatieran las grandes plagas de ratas que estaban causando estragos en los sembrados.
“Las ratas andan muy alzadas, por lo que solo con un convoy de buenos gatos, podremos vencerlas”, nos comentó.
Tras, enterarnos de los detalles del interesante negocio que se nos estaba presentando, varios chamacos salimos en loca carrera con intenciones de “desgatar” nuestras casas, y si era posible, las de los vecinos.
Solo Tres muchachos, cuya edad fluctuaba en los 12 y 14 años de edad, hicieron lo que Valente Quintero y el Mayor Elenes; es decir, se tomaron de la mano y se apartaron de la bola.
Los tres chamacos, eran entre sí, los mejores amigos; Correrías, juegos, aventuras y travesuras diversas los distinguieron siempre.
Y en esa ocasión, la posibilidad de hacer un gran negocio con la compra venta de gatos, era una nueva oportunidad para reafirmar su amistad, tomar acuerdos, asociarse y construir una alianza estratégica para diseñar y concretar su proyecto.
Los tres amigos, se constituyeron en un bloque de acción para reunir los mayores gatos posibles y llevar a feliz término el gran negocio de su incipiente vida empresarial.
Mentiría yo al lector, si en mi narrativa les ofreciera el número de gatos que los tres aliados lograron reunir al final de su jornada, aunque sí puedo asegurar que fueron muchos y suficientes como para satisfacer la utilidad planeada.
Sin embargo, semanas después me enteré de algo que para la plebada de la época fue relevante y que tuvo que ver con la escandalosa ruptura de la llamada “alianza de los tres”.
Se dijo, que había ocurrido lo que muchas veces se ha visto en las sociedades entre amigos y parientes. Terminan con los negocios y se acaban las amistades.
En el caso que hoy me ocupa, la controversia entre los asociados se generó, precisamente al momento del reparto del botín.
Y es que todos alegaron haber aportado el mayor número de gatos para el proyecto, por lo que era justo compartir el botín conquistado de la manera más equitativa posible.
Discutieron, se ofendieron, y se dieron con todo en la disputa, ocasionando que al final de cuentas el pacto de amistad y respeto entre ellos, llegara a su fin.
Recuerdo, que el rompimiento de la alianza gatuna, derivó en un escándalo de grandes proporciones en toda la región.
EL NECESARIO PRIVILEGIO DE RECORDAR
Comentan los románticos de la vida, que recordar es vivir, aunque no faltan los estudiosos del comportamiento humano que nos recomiendan, que tampoco es muy recomendable vivir anclado a nuestros recuerdos.
De cualquier manera, yo insistiría en pensar, que vivir sin el privilegio de recordar, es como morir en vida.
Por ello, y en base precisamente a mis cavilaciones respecto a las experiencias de mis lejanas vivencias, es que hoy les quise compartir éste episodio del legendario comprador de gatos.
Un individuo que con su inusual oferta, aunque sin proponérselo, vino a terminar con la aparentemente bien sustentada amistad de tres buenos amigos.
Pero hoy, agregar quisiera lo imposible que me resulta aislar mi narrativa gatúbela de la interesante realidad que en estos momentos se está viviendo en el terreno político de Sinaloa.
Y es que, amistades, canalizadas hacia alianzas y pactos socio políticos, habían logrado hace algunos meses, concretar interesantes acuerdos e incluso llevarlos a feliz término.
Sin embargo, las experiencias nos indican, que al momento del reparto de los botines de guerra, las cosas no siempre terminan en santa paz.
Y es que, mezquindades, celos y ambiciones mal entendidas terminan siempre por derrumbar las estructuras de amistades y afectos, máxime, cuando éstas son endebles o fueron mal construidas.
Ocurre hoy con la clase política, así como ocurrió hace años, con el caso de los gatos… Coincidencias de la vida… Nos vemos enseguidita.
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