El manto de impunidad cubrió el cénit de la nación mexicana y la convirtió -arbitrariamente- en una noche interminable, desde que es mayoritario el prejuicio, la falsa creencia o el clissé lapidario que da por hecho que: “El Estado (el Gobierno en realidad) es perverso porque usa armas letales para someter… en el caso de México, ha sido no sólo perverso sino mezquinamente abusivo, pues las usa sólo para someter al pueblo y no al enemigo del pueblo”.
Es una de las ideas-insumo de la generación de los ‘baby-boomers’, de hecho.
Y es, desde luego, una idea acendrada ya en la ideología de las izquierdas de México.
Nunca, desde el surgimiento de este sofisma, indispensable para la narrativa de la “victimización y el trágico destino del proletariado en América latina”, pudo ser contrariado con argumentos sólidos y demostrables: “El Estado represor del pueblo”.
Así se explica, que buena parte de los productos musicales, literarios, de diseño en el vestido, en la moda y en los comportamientos de esa generación de individuos nacidos en la post-guerra, en las décadas de los cincuentas y los sesentas, está inspirada en cierta ruptura con la generación que les antecedió (la de sus padres) y las formalidades que sustentaban su comportamiento: las modas, la idea de cultura que compartían; la idea del respeto en las relaciones interpersonales; con sus respectivas reglas de urbanidad y etiqueta; la estricta e intolerante idea de la diferencia de géneros y su participación en la vida diaria desde una óptica específica y diferenciada; la existencia de temas ‘tabúes’, como el tratamiento a las minorías y a la vida sexual; el respeto a la legalidad y en general… la propia y muy particular idea que tenían las generaciones de individuos de los años cuarenta del siglo 20 y hacia atrás.
Los ‘baby-boomers’ rompieron en lo sucesivo con estratagemas ‘tan cuadrados y clásicos’ según su propia ideología y ya fueron educados en esa ambivalencia: con reglas ideadas por individuos de ‘pelo corto’, para ser asimiladas y practicadas por ‘individuos de pelo largo’… de ahí el gran choque cultural de la llamada ‘contracultura’, contra el concepto clásico de lo formal y lo ‘decente’.
De algún modo una forma de protesta sublime, intergeneracional, contra esa generación de sus padres y abuelos que “habrían llevado al mundo a dos guerrras mundiales en un lapso corto de tiempo y les habrían heredado un mundo hostilizado por la Guerra Fría”; hasta ahí se pudo justificar esa ruptura generacional.
En el plano político fue igual. Pero lo curioso es que en todo el mundo -o en la mayoría de los países- la propuesta contracultural de los ‘baby-boomers’ duró hasta 1968, cuando mucho.
Sólo en América latina, en México particularmente, las ideas de autores y las modas ideológicas, en sus formalidades sobre todo, duraron hasta muy entrada la década de los noventas.
Ni en Europa, ni en Asia… mucho menos en Estados Unidos, se pueden advertir rasgos en la sociedad, que sean remanentes de aquellas formalidades.
Mientras que en cualquier país desarrollado de aquellas regiones, desde hace por lo menos 30 años se habla de conceptos como la excelencia educativa; la competitividad empresarial; la competencia en el mercado; el rigor científico y académico; la justa valoración del individuo y sus derechos, como ente único e irrepetible y de frente a los colectivismos antipersonales; hoy, por la influencia de las izquierdas de México, herederas de aquel discurso desfasado que debió haber mutado a partir de 1968, se pretende instaurar un sistema educativo que a los menores los devuelva a la parcela escolar, a la ausencia del rigor de la calificación del aprovechamiento educativo y “consagrar desde su tierna infancia, el sagrado derecho de los niños varones a llevar falda y a las niñas pantalón, a clases”.
De hecho hay individuos, aunque son los menos afortunadamente, integrantes de las generaciones “X” y “Milenials”, educados con los cánones derivados del ‘prohibido prohibir’.
Pero el gran absurdo se consolida cuando esos remanentes individuales y grupales del activismo de la generación de los ‘baby-boomers’ que en el mundo se extinguieron y que permanecieron en números marginales en México… gracias al descontento de la población por la corrupción inmisericorde de las opciones electorales tradicionales en el pasado reciente, pudieron llegar al poder y hoy están investidos de autoridad, aprovechando la coyuntura además, de un discurso permisivo a grado tal, que la inseguridad pública no solo se encuentra en el marasmo y el descuido… se puede decir que esta generación de gobernantes ‘flower-power’, está confundiendo su ‘pacifismo litúrgico’ con la inacción total de lo que queda de la fuerza pública en este país.
Corporaciones desvencijadas, abandonadas, sin equipamiento ni adiestramiento, descoordinadas, que tienen por si fuera poco una instrucción central: “¡No reprimir.. suceda lo que suceda!”.
¿Qué sublime no?
Y no es otra cosa que el prejuicio de Andrés López Obrador y su gente; la maduración que nunca llegó a sus procesos metabólicos de cada uno de ellos, lo que tiene ya al país sumido en un descontento social descomunal, que se empieza a traducir en las calles en eso que se llama el ‘humor social’.
Imágenes de decenas de individuos decapitados o desmembrados en puentes vehiculares en una sola jornada; o de decenas de personas fusilados en un solo evento; militares y guardias nacionales (también militares) pateados, escupidos y humillados por grupos de civiles fuertemente armados que los desarman y los someten a su antojo; abundantes y alarmantes casos de mujeres (adolescentes y jóvenes en su mayoría) desaparecidas, violadas y cruelmente asesinadas en el territorio nacional sin criterios de excepción regional o socioeconómico alguno; asaltos a bancos con consecuencias funestas en empleados o clientes que se resisten; decenas de asaltos a pasajeros y choferes el transporte público en las grandes ciudades, con consecuencias funestas también ante la mínima resistencia y, por si fuera poco, un rubro donde México es campeón del mundo… el asesinato de periodistas, como una clara manifestación de ausencia de garantías para el ejercicio de la libertad de expresión.
Este último rubro es quizá el más oprobioso para la imagen de México ante el mundo y para la llamada ‘4 T’, que es el movimiento de transformación que impulsa el presidente y su partido dominante.
Un total de 34 asesinatos de connotados profesionales de la comunicación, en lo que va de sus poco más de 30 meses de gestión y un total de 9 homicidios de comunicadores en lo que va de sus poco más de 4 meses de este 2022.
Un promedio que se incrementa sensiblemente en los últimos 5 meses; se duplica materialmente.
El más reciente caso, ocurió la tarde de este jueves 05 de mayo, en Culiacán, Sinaloa.
Apareció en calidad de cadáver, ‘emplayado’ y ‘maniatado’, además de presentar traumatismo cranoencefálico generado por fuertes golpes en su cabeza, el brillante e inolvidable periodista mexicano, originario de sinaloa, Luis Enrique Ramírez Ramos, en una brecha que conduce a un Club Campestre, al sur de Culiacán, la capital de Sinaloa.
Siendo un cronista y columnista del género político, pocas veces abordó el género policial, por lo que resultan hasta cierto punto inexplicables los códigos observados en su cobarde sacrificio.
Humilde en su trato con todas las personas, aunque gigante en su desempeño profesional, impecable en el plano ético y moral, Luis Enrique es un doloroso episodio en la historia del ejercicio profesional del periodismo en aquella entidad y en México en general.
Escribió para los diarios nacionales La Jornada y El Universal. Antes de este deplorable hecho, Luis Enrique Ramírez era uno de los columnistas estelares de la cadena de diarios El Debate de Sinaloa y principal accionista del exitoso portal ‘Fuentes Fidedignas’.
Definitivamente no mereció morir así.
Muchas explicaciones espera la población de aquella entidad y el gremio periodístico del país por este tristísimo hecho.
México es, después de los países envueltos en conflagración en este momento, el país donde más homicidios de profesionales de la comunicación se presentan. Hecho al que se le suma la ‘mala costumbre’ del señor Presidente López Obrador, de humillarlos, señalarlos y hasta incitar a su desprestigio público, por el solo hecho de ser sus críticos ‘y no pensar de acuerdo a lo que dicta su movimeinto político’, resulta frncamente una situación digna de analizar y reflexionar.
Porque las tiranías empiezan precisamente con detalles como este.
O confusión prejuiciosa o conveniente argumento demagógico, el caso es que en México, estamos sumidos en una franca inacción del Gobierno Federal y también de los gobiernos locales, en materia de prevención, investigación y persecusión al delito, en cualquiera de sus modalidades.
Y no, señor Presidente; esto no es ‘ausencia de represión’; es la materialización de un gobierno ineficaz, errático, inmaduro quizá aún, que pagó la novatada en materia de seguridad pública... pues solo en una mentalidad infantil o inexperta, cabe suponer que en 2 años y medio, a base de entrega de becas y ‘apoyitos’, sin la intervención de la fuerza pública, se va a corregir el tema de la inseguridad y la violencia en este país.
Con esa inercia que muestra esta administración, no resuelve el problema ni en una generación (20-25 años). Desafortunadamente su gobierno no ha entendido que la impunidad, es el principal combustible para la aparición del delito, así se trate de una sociedad plenamente satisfecha en las causas que supuestamente lo originan, como la economía, la educación, los valores, etcétera.
Lo exhorto, señor Presidente, a que analice el famoso experimento de ‘las ventanillas rotas’, practicado en la Universidad de Berkeley, California, en la zona geográfica con más alto nivel de vida del mundo, para que reconozca Usted cómo es la dinámica del delito y la importancia del combate a la impunidad.
Y reiterarle, firmemente, mi deseo junto al de muchos millares de mexicanos, que se esclarezca el caso del Maestro Luis Enrique Ramírez.
¡Justicia, señor Presidente!
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