Pensadores y filósofos de nuestra tierra consideran, que el mal, cuando se planta ante las personas, no siempre lo hace con el rostro de un monstruo.
Se presenta, muchas veces ese mal, metido en un traje de ternura, de protección, de bondad, solidaridad y engañosa amistad.
Es sin duda mediante esas bondades, como la citada maldad a muchos nos ha atraído, ha conquistado, nos ha enamorado y la hemos incluso admirado, a grado tal de, ingenuamente postrarnos a sus pies.
Innegable es, que muchas veces la hemos aceptado y adoptado como una parte de nuestra propia identidad.
Lastimosamente con el paso del tiempo y siempre bajo la máscara y el maquillaje, en Sinaloa, ese ente nos ha venido cobrando con creces el error cometido de abrirle las puertas, sin que por desgracia hayamos reparado en ello.
Lo lamentable es que en estos tiempos de inseguridad que estamos sufriendo en Sinaloa, el mal parece haber tirado al suelo su máscara bondadosa, para de manera abierta y retadora mostrar su verdadera identidad.
Una identidad ciertamente de maldad, que está golpeando severamente nuestras estructuras sociales, educativas y culturales con actos de violencia y barbarie evidente.
Y surgen entonces los gritos destemplados de protesta de la propia sociedad clamando y reclamando al gobierno el regreso de la paz social a nuestras calles y pueblos.
Es justo, sin duda ese grito desesperado de la sociedad para sus gobernantes, quienes por supuesto tienen la estricta obligación de garantizar la paz social de sus gobernados.
Pero justo sería igualmente aceptar que ese grito también debe ser hacia adentro; Es decir, hacia la sociedad misma.
Un grito que retumbe no solo en los recintos de los gobiernos de los tres niveles, sino igualmente en el interior de nuestros propios hogares, en las escuelas, en el campo y los centros de trabajo.
Un grito que se convierta en una especie de auto- exigencia que nos haga entender que también somos parte del problema y nos obligue a jugar nuestro rol social en esta difícil situación de inseguridad pública.
Un grito de auto crítica, por la manera en que, todos, (Con muy escasas excepciones) de alguna manera hemos departido y compartido en espacios públicos, recreativos, sociales, familiares, laborales, vecinales, empresariales, educativos, culturales y religiosos con ocultos, o abiertos promotores de los causales de la violencia.
Un grito de alerta que nos haga entender a todos, que ha sido a través de esas interconexiones por todos permitidas y aceptadas, como se ha dado vida a una especie de sociedad “SIAMESA”.
Si, una sociedad SIAMESA donde el bien y el mal paradójicamente parecen haberse fundido, y cuya separación solo podría lograrse mediante una cirugía muy bien diseñada y estructurada.
Hoy ante la grave crisis de la violencia, nos mostramos todos arrepentidos por la adopción ancestral que ejercimos del peligroso y viejo inquilino del mal.
Y en ese entendido surge el grito social, fuerte, iracundo, desesperado y políticamente depredador, señalando en este último caso, con índice de fuego al gobernador del Estado Rubén Rocha Moya como el único responsable y obligado de desterrar de Sinaloa al inquilino indeseable.
Es claro y entendible, que ante la crisis que estamos sufriendo, la ciudadanía quiere un culpable, y el blanco perfecto es el gobernador.
Ello, pese que el inquilino del mal, el ente aquel que paradójicamente desde hace varias décadas fue bien acogido en nuestro entorno, y que, aunque para algunos resulte molesto aceptar, ha sido históricamente parte de nuestro círculo social, familiar, laboral y empresarial.
Es innegable entonces, que desde la perspectiva de nuestra historia, en Sinaloa los considerados buenos y los llamados malos, nos constituimos en la mezcla social que hoy somos.
Es decir, en la citada SOCIEDAD SIAMESA, cuya separación dependería, como antes dije, de una cirugía social encaminada a separar la sangre buena que clama por la paz, de la mala, que se aferra en su aparentemente interminable guerra a muerte.
Ante esta hipotética y metafórica manera de analizar nuestro entorno social, y de frente al grave fenómeno de inseguridad que estamos viviendo en Sinaloa, las interrogantes, conjeturas y conclusiones surgen de manera impetuosa.
¿Son acaso las marchas públicas de protesta la solución al problema de la violencia que vivimos?.
¿Son en realidad los plantones de protesta, así como los manifiestos públicos, y los ataques políticos mediáticos, el verdadero camino que nos llevaría a lograr la anhelada paz social?.
En mi opinión personal, estoy convencido que las manifestaciones sociales, buscan no solo presionar al gobierno para que nos ofrezca la paz social anhelada, sino también dejar constancia del hartazgo, indignación y repudio a la grave inseguridad que estamos enfrentando en Sinaloa.
Sin embargo, la pregunta sigue siendo la misma.
¿Influyen las marchas para que la seguridad regrese a nuestras calles, colonias y pueblos?
La ultima y nos vamos… ¿Cree el pueblo de Sinaloa, más allá de la perspectiva política, que un cambio de gobernador, sería la solución al problema de la violencia?… Yo tampoco…Nos veremos enseguidita.
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