Hace muchísimos años me gustaba fajarme mi pistola y llegó a ser parte de mi estructura corporal.
El porqué, es algo que puede estar entre la simpleza, el machismo o la seguridad en las diligencias de embargo, que por todo el municipio de Ahome y en varias partes de Sinaloa me tocó realizar como abogado.
Quizá en alguna ocasión me fue muy útil.
Ahora bien.
Cuando sientes un arma como parte tuya al traerla fajada, te acostumbras a caminar sin que te estorbe en lo absoluto.
Sobre todo en tiempo de invierno y la chamarra ocultándola de las vistas indiscretas que nunca faltan en la viña del señor.
Fue precisamente en un mes de noviembre o enero, que me trasladé a la ciudad de Tijuana y quise pasar a los Estados Unidos sin el auto.
Hice mi fila y al llegar con los inmigrantes te hacen las preguntas de rigor y te dan el paso o te devuelven sin contemplaciones.
Adelante me dijeron y derechito me fui sobre las hamburguesas McDonald que en ese tiempo eran las de mi preferencia.
Busqué un cómodo sillón para descansar mi espalda después de haber ordenado y esperar a ser llamado.
Comí hasta decir basta y más que satisfecho, hasta sueñito te llega y acomodé mi estructura ósea para gozar del momento.
De pronto, me llegó el sobresalto.
Me toqué la cintura a la altura de la columna y ahí estaba mi 380 con su carga reglamentaria y lista para lo que se ofreciera.
Santo Dios.
Crucé a los Estados Unidos armado.
Me olvidé por completo que la llevaba fajada.
Pudo haber sido un grave problema si la hubieran detectado.
Doy gracias a Dios que no vieron en mi persona nada sospechoso.
Ya no quise caminar por las calles de San Isidro.
Me devolví de inmediato a territorio mexicano.
El peligro estuvo latente.
Me acostumbré a usar mi Walter 380.
Por lurio se podría decir.
Un jefe policíaco de mis tiempos me llamó a la cordura.
Mi Lic.
¿Usted va usarla contra un cristiano y por eso trae su 380?
Me quedé pensativo por varios minutos y mi respuesta fue que no lo haría a menos que aquello fuera muy necesario.
Déjela en su casa.
Desde entonces no volví a traer la pistola en mi cintura.
En la ciudad de Los Mochis todos éramos amigos.
Las autoridades nos trataban con bastante respeto y muy amistosos.
De ahí la seguridad de portar arma.
Y pasé sin darme cuenta a los Estados unidos con la 380 fajada.
Me hubieran metido al bote si se dan cuenta.
De seguro que no me hubiera escapado,
Mucha suerte y gran irresponsabilidad.
Una sola vez me sirvió andar armado.
Pero eso no se los cuento.
Hasta mañana.
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