Leyenda en los baños de los casinos

“Juegue usted responsablemente”.

Para el mexicano es una incitación para que se tire de bocas en sus apuestas y salga más pelado que la cola de un tlacuache.

Les hice caso y dio como resultado que no tengo los beneficios de los perdedores que participan en sorteos donde rifan dinero contante y sonante.

Cosas de mi observancia es la desesperación que muestran los jugadores que acuden a la carrera a los baños y salen algunos sin lavarse las manos.

Así de grande la ansiedad por dejar la lana en los casinos.

Al final de la jornada todos ponen.

Algunos más y otros menos, pero la ley de posibilidades beneficia a los propietarios de estas casas de juego.

La adrenalina corre a raudales y se sale con la sensación que se estuvo muy cerca de pegarle a un premio de los mayores.

Los casinos reciben a todos y ahí no existe discriminación de razas o de personas con alguna discapacidad.

La bienvenida es para el dinero.

Se reciben tarjetas de débito y de crédito y no hay manera de escapar a la vorágine de emociones.

A los clientes frecuentes se les llama ludópatas.

El casino adora a este tipo de personas y las trata de la mejor manera para que no tengan pretexto para volver.

La apuesta data desde hace más de tres mil años antes de Cristo.

Hay registro de ello entre los chinos.

Los gladiadores y competencias de carretas eran favoritas en la antigua Roma y se daban múltiples apuestas.

La modernidad viene de Inglaterra y se desarrolló exponencialmente en Los Estados Unidos y por supuesto nos llegó por esa vía a México.

La primera vez que aposté fue en el frontón de Tijuana y en el hipódromo de la misma ciudad a las carreras de galgos y caballos.

Sábado y domingo llegaban caravanas desde varias partes de California y religiosamente marchaban sin un quinto en su bolsa.

La gente de color pintaba de negro el hipódromo y hasta los vehículos en que se transportaban eran rematados para seguir jugando.

Tijuana recibía miles de turistas en busca de los placeres que les ofrecía de día y de noche.

Un New York chiquito donde las luces jamás eran apagadas.

Así conocí la apuesta.

Me hice de algunos amigos con esas aficiones.

Nos divertíamos bastante.

Cada vez que visitaba Tijuana llegaba cargado de Chorizo, machaca y chilorio de nuestras tierras.

Gozaban sus familias con mis regalos.

Rodrigo y Don Carlos fallecieron desde hace muchos años.

El Turismo a la ciudad de Tijuana es cosa del pasado.

El juego se mete en la sangre.

Hasta mañana.

Todas mis columnas en: https://altoparlante.com.mx/fax-del-fax/.

 

J. Humberto Cossío R.

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