El rey de los pendejos

Como si fueran los apóstoles, se reunían doce mosqueteros de muy bajo coeficiente intelectual bonachones y carentes de malicia.

Mesa grande ocupaban a su llegada, ya sea para tomar café por las mañanas, o bien para brindar con las cervezas de su apetencia.

Una vida tranquila y placentera.

Sin perturbaciones y con sonrisas francas.

Mucha felicidad y sin las contaminaciones de la picardía de los intelectuales que despedazan a cualquiera con el filo de sus expresiones.

Muy planas las conversaciones de los doce.

Amigos de toda la vida.

Una hoja de papel voló hasta la mesa y cayó a los pies de uno de ellos que la levantó y leyó lo que estaba escrito.

“Para crecer como persona, debes reunirte con otros de elevada inteligencia”.

Acudió con uno de sus maestros de primaria para que le explicara el significado y fue así, que siguiendo las instrucciones del mentor, buscó ser admitido por otros que hablaban de las finanzas internacionales, de los frescos de la capilla Sixtina, de Leonardo da Vinci y de sus naves espaciales y submarinos, de la teoría de la relatividad.

De la potencia que desarrollan los motores de un jet, del hundimiento del Titanic y de un sinfín de cosas que escuchaba, pero no entendía.

Los de la mesa inteligente lo admitieron con la insana intención de tener una buena manera de reír a costillas del pendejo.

Pasado un tiempo se aburrieron de tenerlo junto a ellos y lo devolvieron a su lugar de origen sin boleto de regreso.

De nuevo se completó la mesa de los apóstoles.

Le volvió la felicidad al considerado “cuasi tonto” y compartió las experiencias con sus compañeros, que escuchaban sin saber una pizca de lo que llegaba a través de sus oídos.

Y sucedió algo curioso, sus amigos lo veían con mucho respeto y era consultado por ellos para tomar decisiones.

Jamás supo, que haberse acercado con los inteligentes lo había cubierto de un tono dorado ante los ojos de los otros once.

Tampoco comprendió lo que había crecido por la cercanía con los de inteligencia privilegiada.

Decía el mensaje que leyó: “para crecer como persona, debes reunirte con otros de elevada inteligencia”.

Ese papel, que volando cayó en sus pies, lo convirtió en sabio ante sus amigos y en forma natural asumió el liderato de su mesa.

Debo de confesarles que escucho en forma frecuente por las mañanas las estaciones de radio locales, las mesas de análisis que nos brindan, los programas de televisión nacional del mediodía, de la tarde y remato con los de la noche.

Les pongo mucha atención y no siento que me ilustren.

Y me hago la pregunta:

¿Acaso soy muy pendejo?

Hasta mañana.

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J. Humberto Cossío R.

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