Es cada vez más evidente el pánico de Andrés Manuel López Obrador hacia su antecesor Enrique Peña Nieto.
De los atoles que llevaron a la inútil consulta para enjuiciar a los expresidentes de la república con furiosos ataques desde palacio nacional, al cambio rotundo del “le tengo respeto al expresidente Peña Nieto”.
El sentido común nos confirma que ninguna especulación existe y que efectivamente Peña tiene en su poder varios videos con los que puede desbarrancar por completo al gobierno de la cuarta transformación.
Por eso hemos visto en estos días los comedimientos cobardes de un mesías a punto de declararle públicamente su amor eterno al copetón.
Seguir con sus manifestaciones de odio y volver a criticarlo como corrupto implica el peligro de hacer enojar todavía más a Peña Nieto, con consecuencias muy graves.
López Obrador está desesperado y busca extender con Enrique Peña su pacto de complicidades.
Quiere terminar su sexenio sin nuevos videos de corrupción familiar, y procura dejar un presidente que lo solape, a partir del 2024.
El problema es que han sido muchos los agravios personales e institucionales, y con las nuevas condiciones políticas por las que transita el país está cada vez más cerca el momento para comenzar a cobrar afrentas.
La farsa disfrazada de esperanza quedó sin fuerza política y moral para enfrentar lo que viene.