Mucho más que el 24 o el 31 de diciembre.
El diez de mayo se le concedió a las mujeres que han recibido la bendición divina de convertirse en madres.
Nos cuidan desde que pegamos el primer berrido para anunciar nuestra presencia, y son ellas, las que con su ternura y gran amor, nos toman en brazos y nos ponen sobre su pecho para anunciar al mundo el regalo que Dios les ha enviado.
Nada más importante en nuestras vidas que sentir sus manos en nuestro cuerpo y sabernos cobijados por esa mujer que nos trajo al mundo.
Ninguna madre es diferente.
Aquella que tirada sobre un petate sufrió los dolores del parto o la que tiene que llevar la marca de la cirugía sobre su vientre.
La que fue atendida por los doctores más cotizados o las que por sus propios medios o de las comadronas logran traernos al mundo.
Ninguna vale más que otra.
En la mujer se forma un cúmulo inmenso de amor y la explosión llega cuando orgullosas nos presentan al mundo.
Nos “chipilean” y nos esconden del castigo del padre.
Son la esencia de los sentimientos.
Es la pureza del amor, la que nos envuelve durante nuestros primeros años para enseñarnos a caminar, luego a correr y antes de todo, animarnos a que abandonemos la actividad de gatear y nos paremos para dar los primeros pasos.
Personifican la paciencia y la sabiduría.
Nos enseñan a decir mamá y papá.
En lugar de llantos nos motivan a pedir la papa y el biberón.
Nos bañan, nos secan y nos cubren con las frazadas para que podamos dormir acurrucados en su regazo.
Hay algo mágico en las mujeres y Dios las orienta para que aprendan los secretos de la maternidad.
Bendita sea mi madre que me dio tanto amor.
Hace mucho tiempo que se encuentra en el mundo celestial.
Me mandaba a la escuela con mis modestas prendas de vestir muy planchaditas y oliendo siempre a limpio.
Nadie como ella para prepararme la capirotada.
Los frijoles para la cena y las tortillas del comal que no faltaban.
Poco dinero en casa, a cambio de mucho talento para administrar lo existente y que no faltaran los tres alimentos del día.
Con poco, hacía mucho, y con algo más, maravillas.
La madre es el símbolo de la belleza del alma.
Entrega todo sin esperar nada a cambio.
Ausencia del egoísmo en la mujer a la que llamamos madre.
Me faltan palabras para describirlas.
Va mi corazón para ellas.
Hasta mañana.
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