Pedro Infante bajo la óptica de Monsiváis, y de un ciudadano común

La infancia de Pedro Infante debió haberse integrado de recuerdos muy luminosos en su mayoría; llenos del esplendor de la alegría pura, aun en medio de la pobreza, las carencias… y alguna que otra tragedia derivada de la pérdida de algún ser querido o consanguíneo, gracias a los estragos de las enfermedades de aquel México rural de los albores del Siglo XX.

No le tocó el último brote de peste bubónica aparecido en Mazatlán al niño Pedro Infante, porque fue controlada magistralmente en el lapso comprendido entre 1902 y 1903.

Además la familia Infante Cruz nunca vivió en Mazatlán; su nacimiento ahí fue un mero accidente.

Pedro Infante fue llevado de días de nacido a Rosario, Sinaloa, asiento del domicilio familiar y a los dos años de edad llega junto con su familia al generoso y abundante Valle del Río Évora, gracias al éxodo familiar registrado en busca de una mejor vida hacia el norte… concretamente, al prometedor poblado desarrollado en las inmediaciones de la ya para entonces bulliciosa estación ferroviaria de carga y descarga comercial, agrícola y de pasajeros, integrante del Ferrocarril Sud- Pacífico, legendario ramal porfirista: Estación “El Guamúchil”, en alusión a ese fructífero árbol de la familia de las leguminosas (Pithecellobium dulce), también llamado “Pinzán”, que fue traído a América por los galeones novohispanos desde las Islas Filipinas, cuyas hojas cocidas en infusión sirven para curar la disentería y el dolor de cabeza y cuya corteza tiene propiedades medicinales contra el cáncer… pero Pedrito sí fue testigo presencial de muchas muertes de niños de su edad y de personas en general, por el penúltimo brote de paludismo, sarampión, difteria e “influenza española”, que al parecer esta última es cíclica y trae sus calamidades al mundo cada cien años (1917-1919). También supo y padeció del brote de la poliomielitis, con la que libró una batalla fuerte y a punto estuvo de ser un “niño con secuelas”… por eso las generaciones posteriores hemos valorado tanto lo logrado por los gobiernos de México en materia de vacunación….

Aunque ese es otro tema…

La infancia del artista y entrañable personaje, debe incluir un patio con portales en una vieja casona de aquel Guamúchil de los años veinte, cuyos caseros, eran gente sencilla, productiva, humanitaria.

Familias de apellidos Díaz, Gaxiola, Angulo, Camacho, Casal, Inzunza, De la Vega, Castro, López… por citar sólo algunos de los apellidos de los principales potentados y productores del muy rico Valle del Évora, integrante entonces del municipio de Mocorito, que junto a la villa de Angostura, eran fruto de dos antiguas cofradías españolas.

Pero también debió haber existido en ese patio, aparte de un árbol de Guamúchil, un árbol de naranjitas agrias, algún otro de mango “corriente” propio de la región (el más sabroso) y quizá hasta un “palo” de ciruelo, que florece y da fruto con el tiempo de lluvias.

Y muy a la manera de la historia de San Felipe de Jesús, en aquel huerto claro donde por fin maduró y floreció la higuera, alcanzando la “santidad” el primer santo mexicano… así también tras algunas florecidas del ciruelo y una que otra época de “secas” más, llegó a consolidarse desde su niñez y adolescencia, quien hasta hoy ha sido –sin temor a equivocaciones- el histrión y el intérprete musical más grande y más querido de Hispanoamérica; el gran Pedro Infante Cruz.

Ahí residió desde entonces, incubada seguramente -para desdoblarse después- esa grandeza del personaje al que hacemos alusión hoy, de quien diremos sin más rebuscamientos, que fue en esencia, un hombre sencillo cuya doctrina fue, en el más amplio sentido de la palabra, ser un hombre bueno.

Sí, bueno… más bien… excelente en su trabajo y un gran ser humano, sumamente servicial y humano con el prójimo; disruptivo cuando de romper el molde y superar la expectativa se trató; cuando de “dejar honda huella en la conciencia de las multitudes” hablamos, con un legado de amor al público, de amistad, lealtad, patriotismo, honorabilidad y honestidad, en cada película y en cada pieza musical que interpretó y grabó. Deportista contumaz y alejado de todos los vicios, salvo su adicción al sexo femenino.

Otro gran personaje, predilecto del suscrito quizá al nivel de la genialidad de Pedro Infante, gracias a quien adquirí el hábito de leer como un degenerado… todo lo que puedo, como parte de esta malhadada generación de mexicanos: libros, revistas, periódicos (los que quedan), portadas de discos (reliquias descontinuadas)… anuncios, señales de tránsito… amenazas, fichas policiales, narcomantas, narcomensajes,… etcétera… lo diré de una vez, el gran Carlos Monsiváis, que me enseñó a analizar a Pedro Infante desde la óptica sociológica… con crudeza, pero con justicia, aseguró poco antes de morir en uno de sus homenajes al gran “ídolo de Guamúchil”, del cual también fue admirador, que “Pedro Infante sobrevive, gracias a su filmografía… no precisamente a su biografía”.

Sin duda un axioma el del maestro Monsiváis, aunque este humilde opinador, difiere parcialmente por cuanto el camino que siguió Pedro Infante para consolidar, para cuajar –vamos- todos sus personajes a los niveles de patentes insuperables, son el resultado de una vida plagada de adversidades superadas; de esfuerzo constante y muchas veces incalculable; de fé en lo desconocido… desde que era mandadero u office boy junto con otro joven inquieto y compañero de la escuela primaria quien respondía al nombre de Moisés Díaz Moreno, a los diez años de edad, en el consorcio alemán de Ferretería e Implementos Agrícolas “Casa Melcher”, que tenía su base en Mazatlán y una sucursal en Guamúchil, ubicada a unos metros de la estación del ferrocarril. La de Pedro es una historia de lucha permanente contra las grandes plagas sociales del siglo XX: las desigualdades sociales, la ignorancia, la carencia de atención médica y seguridad social, la falta de oportunidades, la urbanización centralizada en una sola ciudad y el consecuente abandono a las regiones y Estados… vamos… e incluso, una lucha contra el hambre misma, en algún momento de esa biografía. Entonces su biografía lo forjó.

También, como dejó escrito para la posteridad el maestro Monsiváis: “Se afirmaba como un grande entre los grandes… pero sin humillar a los competidores, ni siquiera a quienes lo ofendían”…

En esto radica la grandeza de Pedro Infante, el ser humano.

Su origen marcado claramente en la pobreza, en la marginalidad de un poblado pequeño, que, como diría el más grande intelectual local, don Carlos Esqueda, “Creció como el árbol, sin cuidado alguno” refiriéndose a Guamúchil; aunque rico, asentado en la lejanía polvorienta y de climas inclementes del noroeste mexicano, le habrían hecho graduarse en la muy exigente “Universidad de la Vida”… para después posgraduarse con honores, en la durísima práctica forense que implicaba ser un residente advenedizo y pobre en la Ciudad de México de fines de los treintas y principios de los cuarentas… en el siglo XX.

Pedro, el adolescente inquieto y bien parecido, con la lívido desenfrenada, embarazó a una dama y dio a la luz a una niña a quien le puso por nombre Guadalupe (Lupita) Infante, quien actualmente vive en los Estados Unidos y quien siendo una adolescente vivió durante un año en la capital de la República bajo el cuidado de su padre, con los cuidados de su abuela Doña Cuquita.

El ídolo, que nunca negó “la cruz de su parroquia” también tuvo con Lupita Márquez, una bella joven nacida y criada en la clase alta del poblado, un noviazgo muy intenso, el cual tuvo que dejar para irse a Culiacán presionado por un personaje político de la época que fue Diputado local y Gobernador Interino de Sinaloa por unos días: el Doctor Jesús Rodríguez Verdugo, quien al decir del propio Infante, en una entrevista que le publicó el periódico Excélsior, Chuy Rodríguez le exigió que “dejara por la paz a la joven”, pues la quería para él . Pedro se asustó al dialogar con aquel contundente hombre, quien puso un arma sobre la mesa en la que estaban sentados y raudo y veloz, puso “su ropita” en una bolsa de estraza y se trasladó a la capital sinaloense, dejando en llanto a Lupita Márquez.

Al paso del tiempo, regresó a cantar a Guamúchil, ya como artista consolidado, en un evento verificado en el Cine Royal de Guamúchil, ante un público que abarrotó el inmueble; después cantó como “crooner” en un baile y años más tarde regresó a ver a su hija…. Obsequiándole dinero en efectivo; pero nunca más quiso volver a cantar en su tierra, porque cuando lo hizo en el Cine Royal sus amigos de vagancia, integrantes del lumpen guamuchilense, se pitorreaban de él y le lanzaban epítetos ofensivos, recordándole su adolescencia atrevida y sin límites… y él juró no volver…. y lo cumplió.

Un personaje al que sin duda no se le ha hecho justicia y que, debiera ser reconocida desde ya por todos los admiradores y seguidores de esa leyenda llamada Pedro Infante, es sin duda, el de la esposa de Pedro Infante, la señora María Luisa “la china” León, de Culiacán, quien, enamorada, desde sus años viviendo en Culiacán, impulsa –y casi obliga- a Pedro a perseguir sus sueños y a ser disciplinado para alcanzarlos. Era mayor que él unos años… tenía quizá un poco más de madurez que el joven al que conoció de 17 años y con el que vivía a su llegada a la capital de la República, algunos años después.

Pedro se quería devolver a Sinaloa a los meses de vivir en un cuarto de azotea, a un lado de un anuncio de gas neón de la época, luminoso y ruidoso, que no los dejaba dormir. En un inmueble perteneciente a una copla de edificios tipo art-decó, en las inmediaciones del monumento a la Revolución, concretamente en el número 127, de lo que antes se llamaba avenida Ejido, hoy denominada Prolongación Avenida Juárez.

Pedro Infante se cansó de desayunar un taco de sal y un café aguado, por muchos meses consecutivos; se cansó de navegar con las agruras y las “cornadas de la vida”, como humillaciones y “portazos” recibidos por productores, directores de medios… y empresarios artísticos, quienes le decían que “mejor se dedicara a otra cosa”, pues afirmaban que como cantante no triunfaría, sin embargo su tenacidad y su perseverancia lo sacaron adelante.

María Luisa su esposa insistió en quedarse en el DF, pues ahí estaba el futuro del ídolo. “Tú vas a ser artista… y vas a ser artista” le decía, como buena provinciana…. artista ya lo era Pedro…

A ella le debemos los admiradores y deudos de Pedro Infante, que esa hermosa promesa de éxito que él significaba, se haya consolidado.

Pedro Infante fue ejemplo para la industria de Hollywood, en muchos estereotipos artísticos, por ellos mismos reconocido:

La forma de quitarse la camisa (sin desabrocharla y jalándola por el cuello) de Marlon Brando, el sex symbol de los sesenta, es una aportación de Pedro Infante desde los cincuentas.

El primer capítulo de la película (saga) “Rocky”, estelarizada por el ítaloamericano, Sylvester Stallone, se basó en la gran producción de Ismael Rodríguez (también parte de una memorable trilogía) denominada ‘Pepe El Toro’; específicamente las escenas de la pelea sostenida con el personaje que interpretaba el argentino Wolf Ruvinskis, que fue premiada en algunas academias cinematográficas del mundo, como la de Moscú, por su crudeza y realismo… vamos, hasta el sombrerito panameño y la chamarra de piel que usa Rocky Balboa en la cinta americana, fue usada décadas atrás por Pedro Infante en “Pepe El Toro”.

Hoy 15 de abril, se rememora el triste accidente del avión en que Pedro Infante viajaba al salir de la ciudad de Mérida, Yucatán, rumbo a la Ciudad de México, y en el que el artista, cantante y galán de la época del Cine de Oro Nacional, perdió la vida, un día como hoy, hace 67 años.

Cabe recordar que un día antes del fatídico accidente, Pedro recibió una llamada telefónica de su joven esposa en bigamia, la actriz Irma Dorantes, quien llorando le transmitió que el Poder Judicial había fallado en su contra en el Juicio de Nulidad seguido por María Luisa León, para anular ese matrimonio y hacer prevalecer el suyo, contra las pretensiones de Pedro y de Irma. La Dorantes lloraba sin cesar y conmovió a Pedro a tal grado que este buscó afanosamente un asiento en la línea Mexicana de Aviación para trasladarse a la CDMX para consolar a su nuevo amor. Quien aún no cumplía los 20 años. Al no encontrar espacio en la línea aérea comercial, buscó a su amigo Nassim Joaquín, quien era el gerente en Mérida de la empresa TAMSA (Transportes Aéreos Mexicanos, S. A.), y le pidió que le consiguiera un espacio en un avión de esa empresa, para trasladarse al D. F. pues Irma Dorantes estaba inconsolable por la sentencia aludida.

Joaquín le dijo que el día 15 solamente volaba un avión de carga y no de pasajeros y Pedro arrebatado le pidió que hablara con los pilotos y les pidiera como favor muy especial, que lo llevaran en el avión de carga y así fue. Pedro tenía mucha autoridad sobre TAMSA, porque era muy amigo del dueño, un señor de apellido Matouk, hermano de su productor Toño Matouk.

La malas y las buenas lenguas afirmaban desde entonces que Pedro Infante era el verdadero dueño de Tamsa, aunque los que en verdad sabían siempre lo negaron; y es que trascendía que Pedro Infante le prestaba mucho dinero a Matouk.

Aun sin firmar documentos por la confianza excesiva del sinaloense con sus amigos a los que quería mucho. Por esa razón, se le concedió volar en el avión de carga y hay quienes afirman que Pedro lo piloteósin tener la experiencia para operar un aeroplano de esas dimensiones.

La partida de Pedro, a los 39 años de edad, con un historial fílmico de 60 películas y cerca de 300 canciones grabadas – a cual más de todas de exitosas- hace de su muerte un evento tan impactante como la del gran ídolo del cono sur: Carlos Gardel.

Coincido plenamente con Monsi: “Su figura representa la pobreza digna, la lucha contra la injusticia y la superioridad circunstancial”.

Y desde luego, su enorme simpatía, espontaneidad y su gran corazón, para desprenderse hacia quien lo necesitara, son producto del tránsito de lo rural a lo urbano, en aquel México de la primera mitad del siglo XX que dejaba paulatinamente la vida bucólica y lo apacible del subdesarrollo, para ingresar de golpe a eso que llamamos hoy progreso material.

Descanse en Paz, Pedro Infante.

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Héctor Calderón Hallal
Héctor Calderón Hallal

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