El Presidente Andrés Manuel López Obrador, está haciendo historia con algunas expresiones durante su conferencia mañanera.
Hace algún par de semanas, AMLO aseguró que en Estados como Oaxaca, Campeche, Yucatán, Querétaro, Jalisco y Sinaloa no hay consumo de drogas, solo narcotráfico.
Algunas personas que lo escucharon pudieron pensar que se trataba de un comentario jocoso, una broma, un chascarrillo, una burla, alguna cháchara, o tal vez el preámbulo de alguna conjetura del mandatario.
Sin embargo, lo dicho por el Presidente, fue dicho, y en serio, ya que aderezó la afirmación, al argumentar que en México no es como en Los Estados Unidos, donde existe una descomposición social que genera un vacío y falta de felicidad.
Habrá quien disculpe el desatino del ejecutivo nacional, alegando que los mal intencionados sacamos sus expresiones del contexto real de la idea plasmada.
Sin embargo, en mi calidad de sinaloense, no me queda más que agradecerle a nuestro Presidente por tenernos en tan buen concepto en lo referente a ser ajenos al consumo de drogas, y considerarnos un pueblo abrazado por la felicidad.
Por cierto, con esta especie de malentendido que se le pudiera aplicar a la expresión presidencial, que a decir verdad nos ha brindado un baño de moralidad a los sinaloenses, me vino a la mente un chascarrillo que se deriva precisamente de la mala interpretación que se le puede dar a nuestras expresiones.
Y es que el juego de palabras de la jerga mexicana, así como los modismos que le imprimimos a nuestro lenguaje coloquial, muchas veces nos permiten desviar el real contenido de las frases.
CORRE ENTONCES EL CHASCARRILLO.
Muchos años han transcurrido desde aquel lejano 6 de enero, en que el frio invierno se ensañaba con los pobladores del caserío del viejo pueblito que me viera nacer.
El viento frio de la noche había hecho que el matrimonio conformado por Celorio Camacho, hombre celoso y machista, y Cornelia Machuca, muchachona blanca y espigada, de ojo brilloso y prometedor, se hubieren encerrado temprano en sus aposentos.
Y aquella obscura noche, el frio que golpeaba a los mortales del apacible pueblito, no evito que Celorio y Cornelia, bajo el amparo de sus cobijas atendían el llamado de la carne de sus cuerpos.
Había de tal modo, iniciado el par de tortolos, el cortejo amoroso propio de un matrimonio, impregnado aun por la pasión.
Necesario es decir, que las atrevidas y suaves manos, así como ciertos besos entregados por el masculino, habían logrado que el frio de la noche desapareciera de la humanidad de la hermosa Dama, la cual con ciertas exclamaciones exigía a su marido la culminación de la faena.
Pero lo helado de la temperatura del crudo invierno, aunado a una especie de calambre en una de sus piernas, para su desgracia había mermado la impetuosidad de Celorio.
Y fue en ese momento, cuando frente a la ventana de la recamara matrimonial, ruidos extraños se dejaron sentir.
El marido aprovechó el momento para salirse del calor que le brindaban cama, mujer y cobijas, y pedir a su ardorosa esposa que viera por la ventana quien había llegado a tan altas horas de la noche al pie de su ventana.
Observo de tal modo la señora, por una pequeña rendija de la cortina de la recamara, y azorada regresa al lado de donde estaba su atolondrado marido para entregarle el dato.
“Viejo, no me lo vas a creer”.
¿Qué pasó… quiénes son?, pregunta alarmado el hombre.
“Son Melchor, Gaspar y Baltasar, los Tres Reyes Magos, dijo Cornelia en tono emotivo.
“PASAMELCHOR”, le dijo en secreto, Celorio a su acalorada esposa.
¿Mi amor, y por qué mejor no pasas a Baltazar?, recomendó la Dama, en tono mimoso.
“Que me PASES EL SHORT, pa’ salir a ver que quieren esos cabrones” respondió iracundo Celorio Camacho a su mujer, misma que al percatarse de su grave confusión, sintió el terrible golpe de dos fríos.
El frio invernal, y el frio del terror que le ocasionaba la posible reacción de su marido, tras su irrespetuosa recomendación de pedir el ingreso del Negro Baltazar a su nido de amor.
Insisto, son cosas de nuestra forma de hablar y el mal uso que a veces hacemos de nuestro lenguaje.
Feliz año 2024, estimados amigos… Nos veremos enseguidita.
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