El espejo de mi vida

Mi querido compañero de computadora se llama Milqui y su edad sobrepasa los 16 años.

Es un elegante perrito Fresh pool de color blanco y su nombre es resultado del precio en que lo adquirí con dos o tres meses de nacido.

Es parte de nuestra familia y llegó a esa edad debido a los intensos cuidados que le brindamos.

Ya sobrepasó el límite de vida para esta raza y a pesar de su fatigoso movimiento y sus dolencias de columna, se niega a rendirse.

Me costó mil quinientos pesos y por eso se llama Milqui.

Estamos en una carrera de sobrevivencia.

Nadie lo cuidará si morimos antes.

Su destino es una urna que cuidaremos con el mismo cariño de siempre.

Somos sus protectores y él lo agradece con su forma de mirar y de recargarse en nuestros brazos.

Son animalitos de mucho amor.

Lo dan y lo reciben con la misma intensidad.

Su edad canina corresponde a los cien años nuestros, y aunque muy disminuido, todavía le hace la lucha.

Prendo la computadora y le pregunto siempre:

“De que escribimos ahora y mueve su cola en respuesta”

Luego se duerme en su tendido que lo colocó junto a mi silla de escritorio y así pasa el tiempo de su espera.

De cuando en cuando, lo observo para saber que todo está bien y hasta le pongo la mano sobre su panza para saber si todavía respira.

Yo también hago lo mismo y hasta me pellizco para saber si no estoy muerto.

Es la ley de la vida y lo acepto con bastantes reservas.

No me alcanzó el tiempo para seguir matando pollas y a estas alturas la cartera llena es la que manda y ahí es donde la puerca tuerce el rabo.

Viejo y sin billetes no pega el chicle.

La juventud de la cartera es lo que cuenta.

Platicamos al respecto y me decían, que el que garantice años de fortaleza y pelo sobre el cráneo será inmensamente millonario.

Vuelvo con mi espejo.

Ya camino lento y cualquiera me pude mandar a la lona con un soplido.

Mis tiempos de peleonero pasaron a la historia.

Le consulto a mi perrito sobre los temas a escribir y parece que los de Andrés Manuel son sus favoritos.

“Leña Cañeros” es su grito o ladrido y lo obedezco tirado plácidamente sobre su colcha.

Sus volteadas de costado me indican que vive y mis volteadas a verlo le muestran que también respiro sin dificultad.

Somos corredores de fórmula uno por la sobrevivencia.

El que se vaya primero pierde.

Ninguno queremos acelerar la carrera.

Somos los remedos del Checo Pérez, con segundos y terceros lugares nos mostramos

Satisfechos y felices.

Sin prisa y sin plazo.

Hasta mañana.

Todas mis columnas en: https://altoparlante.com.mx/fax-del-fax/.

 

J. Humberto Cossío R.

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