Las artes marciales en los años setenta

Mi primer contacto visual en la materia fue una película china y los personajes brincaban sobre los techos de las casas y cruzaban volando de un lado a otro los ríos Huan go y Yan Tequian (Rio amarillo y azul). Podían derrumbar paredes con facilidad asombrosa y luchar en solitario contra cien o más que se les pusieran enfrente.

Pá que les cuento.

Al día siguiente, raudo y veloz, andaba buscando donde comprar la vestimenta para solicitar mi ingreso a una academia de Karate que se instaló en la plaza Balderrama de la ciudad de Los Mochis.

Me pidieron estudios de mi cuerpo. ¡Oh decepción!, me aconsejaron desistir de mis propósitos, por una lesión que se encontró en mi columna vertebral y que me acompaña desde entonces.

Se esfumaron mis sueños de tumbar postes de la luz a patadas y de volcar camiones urbanos con impactos de mi mano.

Mis sueños de gladiador invencible y de admirado héroe de las dulcineas de la cañera ciudad se destruyeron por completo.

Ser cinta negra y decimo dan pasó al arcón del olvido.

Con envidia mal reprimida observaba pasar a mi lado a los jóvenes de mi tiempo enfundados en sus trajes de karateca.

Por muchos años cargué con esa amargura.

Mi héroe cinematográfico de aquellos tiempos fue Bruce Lee. Hasta la fecha llevo en mi cartera de viaje una estampa de sus prodigios de combate.

Al paso de los años entendí, que las artes marciales no son la manera de propiciar la destrucción de las relaciones humanas y que, por el contrario, nos hacen comprender el respeto a la dignidad de nuestros semejantes.

No se trata de practicar artes marciales para andar quebrando hocicos y costillas a diestra y siniestra por las calles.

¡Que chiste, diría yo!

Pero el tiempo pasa. La filosofía del respeto a los derechos de nuestros semejantes y al orden social que debe prevalecer, nos llega con la edad.

Debo confesarles que tengo mucho tiempo que perdí la ilusión de agarrarme a trompadas con Juan Camaney.

Los pleitos forman parte del libro de mi historia personal.

No me dan miedos porqué no hay confrontaciones con nadie. Ni en cuenta me llegan las ganas de combatir por causa alguna.

Ya no sueño con despedazar tranvías a punto de jodazos.

Las patadas a los postes de la luz dejaron de inquietarme.

Costillas y hocicos ajenos se encuentran a salvo.

Y mi hocico y costillas también.

Que se les olvide a los caimanes que me meteré en sus lagunas para arrancarles la piel y fabricarme botas y cintos.

No buscaré en los montes a leones o tigres para confeccionarme chamarras o tapetes de adorno para la sala de mi casa.

Los Karatecas de Hollywood borrados de mi mente.

Pacifista a morir por obligación.

Los años no perdonan.

Jamás compré mi traje de Karate.

Que me disculpe Bruce Lee.

Hasta mañana.

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J. Humberto Cossío R.

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