La mendacidad presidencial

Lejos de observar una mejoría, los problemas del país permanecen, crecen y surgen otros, sin soluciones viables. Seguimos entrampados e inmersos cada parte en su propia y compleja realidad, los tiempos se van consumiendo y los desencuentros cada vez más frecuentes suben el tono.

El brillante filósofo Baruch Spinoza, establece en su Tratado político: “En la medida que los hombres son presa de la ira, la envidia o cualquier efecto de odio, son arrastrados en diversas direcciones y se enfrentan unos con otros. Y como los hombres, por lo general, están por naturaleza sometidos a estas pasiones, los hombres son enemigos por naturaleza”.

Sin embargo, es de llamar la atención que un autor considerado como subversivo y expulsado de su comunidad sea, después de todo, el creador de los límites del estado político. Pareciera ser el impulsor de la destrucción de todo orden, cuando es precisamente el inspirador de un orden consciente y razonado. Para Spinoza, el hombre se vuelve hombre viviendo en sociedad, mirándose al espejo en el otro.

La constitución de lo político está inscrita en el interés mismo de los hombres, que serán más hombres si reconocen que los otros, sus congéneres, son los que los hacen pertenecer a la humanidad.

La política, en el pensamiento del filósofo neerlandés, se funda en las relaciones que los hombres razonables entablan necesariamente entre sí. Lo político no debe buscarse afuera, en una exterioridad, sino en esta razón que los define.

Uno de los grandes retos de nuestra incipiente humanidad debe ser la superación a todo aquello que no se adecua a nuestras normas y tabúes. Vencer la repulsión a todo lo que no conocemos, buscar entender y no juzgar a botepronto aquello que nos es extranjero, implica ciertamente, un principio de exclusión del yo y comporta en consecuencia, un principio de inclusión de nosotros.

Los egocentrismos y los etnocentrismos generan un muro infranqueable entre lo fraterno. Me llevaría páginas y páginas citar una enorme cantidad de ejemplos sobre las barbaries e injusticias cometidas entre los hombres.

La profunda indiferencia hacia el prójimo, junto con las estructuras monolíticas e inalterables de la individualidad, propicia la generación de enemigos por doquier. Y la existencia de enemigos alimenta la propia barbarie y la de los otros.

La realidad es que, si nos vamos al término literal de “amar” y lo trasladamos a que debo amar a mi padre y madre como al tendero de la miscelánea o a él viene, viene del estacionamiento del supermercado, o al empleado mal encarado o al injusto y traumado jefe, si podría decir qué es una misión casi imposible.

No obstante, en algún momento descubrí algo que me hizo entender esa primicia de la fraternidad. En una lectura de hace varios años, se explicaba que la traducción del hebreo antiguo del “ama a tu prójimo como a ti mismo”, tendría que haber sido más específica.

En otro orden de ideas estimado lector no son pocas personas las que han dedicado su tiempo e ingenio a descubrir las muy diversas características de quienes conforman la élite política en turno.

Más allá de plantearnos si se trata de monarcas absolutos o adalides de una sociedad plenamente democrática, quienes les han observado y escuchado con la agudeza del pensamiento no dejan de señalar que la mentira es una de las más poderosas herramientas con la que cuentan, a veces la única, para articular su discurso y validar cada una de sus acciones.

En no pocas ocasiones hemos sido capaces de mirar el pasado y, con una amarga sonrisa, damos cuenta que en la vida política de nuestro país existe un deporte que se practica con la religiosidad de un anacoreta, mentir según se presenten las circunstancias.

GOTITAS DE AGUA:

Reitero, además, para que ese simple ejercicio de la memoria nos provoque un mayor dolor de cabeza, sabemos que ese discurso ha sido aplaudido, replicado, y vitoreado en los mítines más absurdos en el que burócratas e ingenuos corifeos, hacían gala de su compromiso con el presidente en turno, del Señor que se encuentra en la cúspide del paternalismo tan afín a la sociedad mexicana.

Actualmente dicha ecuación ha dejado los matices y se puede observar como el ejemplo de un presidencialismo que, amparado bajo una retórica paternalista y maniquea, cada vez, llega más lejos. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos el Lunes”…

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Benjamín Bojórquez Olea

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